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Las gallinas ponen huevos en dólares

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Por Yeison Derulo

La Habana.- En Cuba ya no hay gallinas flacas: hay gallinas deprimidas. El vicepresidente del Grupo Avícola, Doriel González Molina, ha pintado el panorama con el mismo pincel que usa el Ministerio de la Agricultura (Minag) desde hace décadas. Según él, el bloqueo es culpable, la lista de patrocinadores del terrorismo es culpable, y ellos son víctimas heroicas que todavía logran poner un huevo milagrosamente.

El problema no es la escasez de pienso o la falta de una vacuna importada. Sino la escasez crónica de vergüenza para asumir que el desastre avícola es el hijo legítimo de una economía estatizada y disfuncional.

El nuevo modelo de gestión que presentan como innovación es, en realidad, un “yo pongo el corral, tú pones la comida” disfrazado de estrategia moderna. Contratos con Mipymes y productores privados, que antes eran demonizados como enemigos del pueblo, ahora son la tabla de salvación. Qué ironía: después de 60 años diciendo que el mercado era el diablo. El Estado le abre la puerta, le da café y le pide que alimente a sus gallinas.

El logro estrella que exhiben es que gracias a esta producción cooperada han podido “llegar con el huevo” al Programa Materno Infantil y a las dietas médicas. Mentira. Y si así lo fuera, abastecer mínimamente a esos sectores no es un gesto extraordinario. En realidad, es una obligación elemental de cualquier sistema que se llame a sí mismo justo. Es como presumir que en medio de un incendio se logró salvar una silla.

Por supuesto, la “cadena” con las tiendas en divisas no podía faltar. Allí entregan parte de la producción para conseguir dólares y comprar más pienso. Es decir, se vende el huevo al cubano que puede pagar en moneda extranjera, para así poder producir otro huevo. Es un círculo vicioso perfecto. La gallina ya no pone para el campesino, sino para el mercado dolarizado que el propio gobierno creó y alimenta con la pobreza de la mayoría.

El pienso sigue siendo el talón de Aquiles del sector. Importar soya, maíz y minerales a precios internacionales convierte cada huevo en una pieza de lujo. La solución criolla, “pienso mutilado” —sin una vitamina esencial—, solo sirvió para enfermar a las aves y reducir la producción. Es como pretender que un atleta olímpico entrene a base de pan con agua y esperar que rompa récords.

En medio de este retrato de escasez, el objetivo de producir 30 millones de huevos mensuales se presenta como un hito. Aunque, en realidad apenas cubre una fracción de la demanda interna. El propio González Molina reconoce que la clave está en “reemplazar la masa avícola” y luego hacerla crecer. Dicho de otra forma: hoy no hay suficientes gallinas, y las que hay están cansadas, mal alimentadas y poniendo menos de lo que deberían.

Lo que nunca se dice es que la crisis avícola no nació con el bloqueo ni con la lista de terrorismo. Sino que nació con un modelo que desde sus cimientos ha sido incapaz de sostener su propia cadena productiva. Si para que una gallina ponga un huevo se necesitan dólares, importaciones y un socio privado que financie la comida, entonces no estamos hablando de soberanía alimentaria. Estamos hablando de dependencia maquillada. Y la dependencia, en cualquier idioma, no se celebra: se padece.

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