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La vitrina rota del milagro que nunca fue

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Por Oscar Durán

La Habana.- 981.856. Ese es el número con el que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei) pretende maquillar el desastre. Una cifra que, sobre el papel, parece decorosa para una isla con sol todo el año. Sus playas alguna vez sedujeron hasta a franceses con alergia a la arena.

Pero la realidad es que este número representa una caída del 25 % respecto al mismo período del año pasado. No hace falta ser economista ni haber trabajado en la mesa de turismo del Gran Caribe para entender lo obvio. El turismo en Cuba va en picada, y la pista de aterrizaje es de concreto mojado.

Y sí, el régimen todavía se atreve a soñar con 2,6 millones de turistas para 2025. Es como si alguien se despertara un lunes con resaca, sin zapatos, sin dientes, y dijera: “este año voy a correr la maratón de Nueva York”. No, compadre. Ni aunque los hoteles ofrecieran tres comidas y un masaje tailandés. Tampoco si ofrecieran una foto con Canel sin camisa, ese número se va a cumplir.

La Onei —esa orquesta sin público— también informó que Canadá, el principal proveedor de turistas para la isla, redujo sus envíos humanos en un 25,9 %. Los rusos, por su parte, no solo abandonaron Ucrania, también abandonaron Varadero. Bajaron un 43,5 %. El resto del mundo, con más lógica que corazón, está prefiriendo Punta Cana o Cancún. Allí, el agua corre, la luz no se va y los hoteles no son mausoleos con piscina.

¿La causa? Vaya usted y eche un vistazo al noticiero. Le hablarán del “bloqueo”, del “imperio cruel”, de “campañas mediáticas”. La verdad es más sencilla: nadie quiere pagar miles de dólares por aterrizar en un país donde hay apagones de 20 horas. Hay pollo por picadillo de soya y un guía turístico que le susurra al oído: “mira, si quieres cambiar dólares, hazlo en la esquina, pero sin que te vean.”

Colombia es la excepción. Un 2,4 % más de turistas llegaron desde allá. Quizás venían a visitar parientes presos, o a ver si era cierto que todavía hay ron. Sin embargo, esa minucia no cambia el panorama. El turismo cubano está como una habitación del Hotel Nacional en octubre —húmedo, vacío, y con el techo a punto de caerse.

El Gobierno insiste en construir más hoteles. Inversiones millonarias en ladrillo, concreto y recepcionistas sin clientes. Iberostar acaba de estrenar el “Selection La Habana”, un nombre que suena a menú caro sin comida. Mientras tanto, los hospitales no tienen gasas, los maestros venden croquetas en la esquina. Los niños aprenden a decir “Papá, se fue la luz” antes que el abecedario.

Esto no es una crisis coyuntural. Esto es un naufragio. Un Titanic sin orquesta. Una empresa estatal turística que ha dejado de ser locomotora para convertirse en ancla. Y aún así, los burócratas siguen redactando metas como si la fe solucionara la falta de papel higiénico.

El turismo, ese que alguna vez se vendió como tabla de salvación, hoy es solo otro escombro más en el derrumbe nacional. Pero tranquilos, que en el próximo informe dirán que la cifra mejoró un 0,3 % gracias a un congreso de filatelistas en Ciego de Ávila.

Y mientras tanto, el cubano de a pie, ese que no entra a hoteles ni hace check-in en TripAdvisor, sigue sobreviviendo en la isla más linda del mundo… pero solo para el que la mira desde un dron alquilado.

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