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Por Luis Alberto Ramirez ()
La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, enclavada majestuosa frente a la bahía de La Habana, es una de las mayores construcciones militares españolas del siglo XVIII en América. Durante el período colonial, fue símbolo del poderío imperial y del dominio español sobre Cuba.
Sin embargo, más allá de su imponente arquitectura y su valor patrimonial, la historia de la Cabaña es también la historia del dolor de los cubanos, no solo bajo la bota colonial, sino, y más intensamente, después del triunfo de la Revolución en 1959.
El régimen cubano ha convertido a La Cabaña en una atracción turística. Cada año, miles de visitantes recorren sus túneles, cañones y murallas, escuchan la ceremonia del “cañonazo” y contemplan sus vistas.
Se les habla del pasado español, del siglo XVIII, de los uniformes y los cañones, pero se les niega una verdad histórica más reciente, más cercana y más trágica: La Cabaña fue también el mayor centro de fusilamientos y torturas contra opositores políticos durante los primeros años de la Revolución.
La dirección de aquel terror estuvo en manos del comandante Ernesto Che Guevara. Nombrado jefe de la fortaleza por Fidel Castro, Guevara convirtió sus fosos en corredores de la muerte. Cientos, y según algunos investigadores, miles, de cubanos fueron fusilados en sus patios, ejecutados sin juicios justos, acusados muchas veces de simples simpatías con el antiguo régimen o de oponerse al nuevo orden revolucionario.
En algunos testimonios se afirma que el propio Che participó personalmente en varias ejecuciones, mostrando un fanatismo que lo alejaba del ideal romántico con el que aún se lo promueve en la propaganda oficial.
Los paredones del patio de La Cabaña aún conservan los agujeros de bala. Marcas silenciosas de una etapa brutal, manchas de sangre que la historia oficial prefiere ocultar bajo el barniz de un pasado colonial más fácil de mostrar al turista. El gobierno cubano prefiere narrar lo ocurrido en tiempos del dominio español, como si el siglo XX no hubiese dejado una huella más profunda y más dolorosa en esas mismas paredes.
Es irónico y doloroso que un lugar que simbolizó primero la represión colonial se convirtiera, con el triunfo de la Revolución, en un símbolo aún más cruel para muchos cubanos: el de una patria traicionada por sus libertadores. En nombre de la justicia revolucionaria, se cometieron injusticias atroces. En nombre de la libertad, se extinguieron miles de vidas. Y todo eso, en un lugar que hoy se vende como postal turística, sin una sola mención a las víctimas del paredón.
Negar esa parte de la historia es no solo una falta a la verdad, sino una falta a la memoria de aquellos que murieron por pensar diferente. La historia de La Cabaña no puede limitarse al relato colonial. También es la historia del precio que pagaron muchos cubanos por oponerse a un régimen que prometió justicia y trajo represión.
Recordar esa verdad no es un acto de odio, sino de responsabilidad. Porque una nación que borra su pasado reciente para maquillar su imagen no está construyendo futuro, sino perpetuando el olvido. De manera que, los turistas que visitan la Cabaña y son engañados por el guía como si fueran idiotas, deberían cuestionar al guía con la siguiente pregunta ¿qué sucedió en estos fosos y paredones después del triunfo de la revolución? Quizás ni el guía lo sepa, pero la historia sí.