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Max Astudillo ()

La Habana.- Miguel Díaz-Canel ha vuelto a Jaruco. Por tercera vez en pocos meses. Alguien debería avisar al presidente que repetir municipio no da más puntos en el examen revolucionario, pero quiénes somos nosotros para cuestionar el peregrinaje oficial de la Continuidad.

Jaruco, ese lugar que ni Google Maps encuentra sin pedir permiso a la Seguridad del Estado, es ahora el epicentro de la felicidad forzosa. El pueblo, se dice, agradece. Claro, ¿quién no agradecería una visita que viene precedida por el milagro de que no corten la luz la noche anterior?

Anoche, a las once en punto, Jaruco vivió un milagro técnico: la electricidad se mantuvo.

En un país donde la luz es más esquiva que la democracia, el fluido se aguantó firme, como militante en acto de masas. Coincidencia o no, hoy amaneció con calles barridas, policías sonrientes y cañaverales alineados como soldados en desfile.

Hasta la basura, que llevaba meses criando generaciones de moscas, desapareció por arte de magia revolucionaria. Díaz-Canel no visita: exorciza.

Cada esquina de la avenida principal estaba custodiada por un policía con sonrisa de manual y pistola de advertencia. Revisaban los coches con “amor y pedagogía”, seis inspecciones por vehículo, para que ningún jaruqueño olvidara que la tranquilidad ciudadana se mide en grados de control.

Dos camiones de tropas especiales completaban el paisaje, porque nada dice “felicidad” como una bayoneta reluciente al amanecer. La Revolución se defiende con botas, no con zapatillas.

Una preocupante limpieza

Las cunetas, limpias; los campos, arados; la suciedad, evaporada. Todo en cuestión de horas. Qué pena que la eficacia revolucionaria solo actúe cuando viene el jefe. ¿No podrían enviar un poco de ese fervor comunista los demás días del año? Claro que no: eso sería malgastar energía en el pueblo que paga, sin merecerlo, la vitrina exprés del país próspero.

El agua, sin embargo, se mantuvo cortada. Austeridad revolucionaria, le llaman. Para que los jaruqueños entendieran que la verdadera limpieza no está en el cuerpo, sino en el espíritu. Y qué mejor manera de elevar la moral que oler a sacrificio mientras se vitorea al líder. La higiene es burguesa; el olor a pueblo, revolucionario.

Díaz-Canel se fue, como siempre. La luz volverá a cortarse, la basura a acumularse, el agua a no llegar. Pero Jaruco ya es historia: tres visitas en meses. Alguien debería decirle al presidente que si un lugar necesita tanto que lo visiten, quizá el problema no es la falta de liderazgo, sino el exceso de realidad.

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