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Por Anette Espinosa ()
La Habana.-Mientras el viento huracanado arrancaba de cuajo los últimos pedazos de zinc que hacían de techo en algún lugar del oriente, mientras el lodo del desbordamiento se solidifica como una lápida sobre las esperanzas en Santiago, en La Habana, en el aséptico vientre del Palacio de Convenciones, se inauguraba con palabras pulidas y sonrisas de protocolo el Congreso Iberoamericano Ibergecyt 2025.
Allí, en una sala climatizada, la presidenta del Comité Organizador, Yadira Carrillo, habla de una “plataforma de diálogo y construcción colectiva”. Es el primer acto de un teatro surrealista donde los actores, empresarios, académicos y funcionarios, discuten la “transformación digital” y las “cadenas de valor” en un país donde la luz se va por días y la cadena más evidente es la de la escasez. Es la coreografía perfecta de un poder que ha elevado la simulación a categoría de política de Estado.
Mientras en el oriente cubano una familia divide una lata de comida para que dure una semana, en un salón del Palacio de las Convenciones, un panel de expertos desgrana las bondades de la “Economía Circular”. El concepto, tan en boga en los foros globales, adquiere en este contexto una ironía devastadora.
La circularidad real, la que vive el pueblo, es la del trueque desesperado, la del reciclaje forzoso de la miseria, la reutilización infinita de lo que el Estado abandona. Se debate sobre “gestión del conocimiento” en una nación donde el conocimiento más valioso, el de sus jóvenes profesionales, huye en estampida hacia otros horizontes, vaciando universidades y centros de investigación que estos mismos conferencistas dicen representar.
El programa científico del congreso, bajo el lema “Espacio para la innovación y el pensamiento gerencial”, se desarrolla con la meticulosa indiferencia de un ritual. Talleres sobre “dinamización de la innovación” y mesas redondas sobre “casos de éxito” suceden a conferencias sobre “Propiedad Industrial al servicio de las empresas”.
Cada término, cada powerpoint impecable, es un muro levantado contra la realidad exterior. Es el lenguaje como refugio, como burbuja que protege a la nomenklatura científica y gubernamental del espectáculo dantesco de la calamidad infinita que su propia inmovilidad ha ayudado a crear. No es ignorancia; es elección.
Mientras los damnificados duermen a la intemperie, preguntándose cuándo llegará la ayuda real, no la prometida en los discursos, el capitalino Palacio de Convenciones alberga una “muestra expositiva de productos, soluciones y nuevos desarrollos”. Son fantasmas en un escaparate, prototipos que nunca encontrarán un mercado, soluciones digitales para una sociedad desconectada.
Esta feria paralela es la metáfora más clara del desdoblamiento: un país de cartón piedra, brillante y futurista, construido para la foto, que convive con el país de carne y hueso, sumido en la ruina material y el desaliento espiritual.
El inmovilismo del gobierno, su incapacidad estructural para reaccionar con agilidad y recursos ante la tragedia, encuentra su contraparte perfecta en la hiperactividad discursiva de este congreso. La catástrofe en el oriente no es un paréntesis; es la confirmación del fracaso de un modelo.
Pero en La Habana, se prefiere discutir “enfoques gerenciales para la gestión de la innovación” antes que gestionar la distribución de un camión de alimentos. Se prioriza el pensamiento abstracto sobre la acción concreta. Es la victoria final de la retórica sobre la realidad.
Al final del día, los delegados saldrán del Palacio de Convenciones, habrán intercambiado tarjetas y fortalecido sus redes profesionales. Habrán construido consensos sobre papers y teorías gerenciales. A solo unos cientos de kilómetros, el oriente se debate entre los escombros.
Dos Cubas irreconciliables coexisten en el mismo instante: una, la de los congresos, que sesiona cual si no hubiera pasado nada, alimentada por un verbo estéril y una burocracia impermeable. La otra, la real, ahogándose en el silencio y en la necesidad, esperando una respuesta que, una vez más, no llegará desde esos salones donde solo se gestionan las palabras.