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Por Luis Alberto Ramirez

La mortalidad infantil en Cuba alcanzó en el primer semestre de 2025 su nivel más alto en un cuarto de siglo: 8,2 por cada 1.000 nacidos vivos. Esta cifra marca un hito histórico en la caída de uno de los indicadores más usados por el régimen como estandarte de su supuesto «éxito» social.

Por primera vez en décadas, Cuba deja de liderar este indicador clave en América Latina. Ahora es superada por naciones más estables, democráticas y transparentes como Chile, Uruguay y Costa Rica.

Durante años, el discurso oficial repitió hasta el cansancio que Cuba era una “potencia médica”. Según ellos, su baja mortalidad infantil demostraba la superioridad del modelo socialista. Incluso se llegó a comparar con Estados Unidos, destacando que en algunos años la cifra cubana era “mejor” que la del país norteamericano. Sin embargo, este relato se derrumba hoy ante las propias cifras oficiales. Pero peor aún, ante las evidencias de manipulación sistemática de los datos.

En Cuba, donde el Estado controla toda la información y no existen instituciones independientes que auditen los datos oficiales, la estadística ha sido una herramienta de propaganda. No de transparencia. Lo que para muchos países es un reflejo de la realidad social y de sus políticas públicas, en Cuba es una cifra maquillada por conveniencia política.

La mentira como política de Estado

Un antiguo director del Hospital Pediátrico de Pinar del Río, Buenaventura Hernández, quien en su momento formó parte del sistema de salud estatal, relató que la presión del gobierno para mostrar bajas tasas de mortalidad infantil era constante e inhumana.

Según sus propias palabras, se les instruía a clasificar como «abortos» algunos casos de recién nacidos que fallecían con más de seis meses de vida. Este tipo de tergiversación no es un error aislado; es una política de Estado. Está sustentada en el miedo, el control absoluto del Partido Comunista y la impunidad de sus actos.

Durante el mandato de Fidel Castro, la realidad debía acomodarse a sus discursos. No al revés. Si el comandante aseguraba que se graduarían 20 mil médicos en un año, se hacía. Aunque muchos no supieran ni tomar un estetoscopio. (Yo tenía un amigo que decía que la medicina en Cuba era la carrera más fácil, porque los diplomas los repartían en piñatas).

Si Fidel prometía que una vaca produciría 10 litros de leche, se reportaba que daba 12, aunque no diera ni tres. En esa lógica absurda, los informes eran adaptados a la retórica revolucionaria.

Lo mismo ocurrió y sigue ocurriendo, con la mortalidad infantil, el nivel educativo, la producción agrícola y cualquier otro indicador que pueda cuestionar la imagen “gloriosa” del sistema.

El colapso del sistema de salud

La verdad, sin embargo, no puede ocultarse para siempre. Las condiciones hospitalarias se han deteriorado hasta niveles alarmantes. Faltan medicamentos básicos, incubadoras, higiene, personal motivado y recursos de todo tipo. Mientras tanto, el gobierno sigue exportando médicos como propaganda internacional, dejando a su población con servicios de salud vacíos y desbordados.

Este nuevo dato, 8,2 muertes infantiles por cada mil nacidos vivos, no solo refleja el colapso del sistema de salud cubano. También la pérdida de una de las últimas banderas que el régimen agitaba como símbolo de éxito. Y lo más grave: aún con manipulación, las cifras no logran ocultar el derrumbe.

Es hora de que la comunidad internacional, los organismos multilaterales y los propios cubanos dentro y fuera de la isla reconozcan que las estadísticas del régimen cubano nunca fueron confiables. Las conquistas sociales que se exhibieron durante décadas fueron sostenidas en gran parte por el silencio, el miedo y la distorsión de la verdad.

Hoy, el aumento en la mortalidad infantil no es solo un dato triste; es la confirmación de una gran mentira. Esta mentira durante demasiado tiempo se vendió al mundo como ejemplo, un ejemplo no a seguir, sino a creer.

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