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La sabiduría del autocontrol

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En los años 60, Jean Briggs, una joven antropóloga de Harvard, decidió ir más allá de los libros para comprender la naturaleza humana.

A los 34 años, viajó hasta el Ártico canadiense y vivió durante 17 meses con una comunidad inuit, en una región donde el invierno alcanza los –40 °C y la supervivencia depende de la cooperación.

Pronto observó algo asombroso: nadie se enojaba. Ni siquiera en situaciones que habrían hecho perder la paciencia a cualquiera.

Cuando alguien derramaba agua hirviendo o rompía un utensilio valioso, las reacciones eran siempre calmadas, acompañadas de frases como “Qué pena” o “Lo haremos de nuevo”.

Intrigada, Briggs comenzó a estudiar cómo los padres inuit enseñaban a sus hijos a controlar la ira. Descubrió que lo hacían sin gritos ni castigos.

Si un niño golpeaba a su madre, por ejemplo, ella podía responder con un juego: le pedía que la golpeara de nuevo con una piedrecilla, y luego fingía dolor.

Así, el niño aprendía a reconocer el efecto de sus actos sin ser reprendido. En la cultura inuit, el autocontrol no se impone: se modela con paciencia y empatía.

Creen que perder la calma es perder la sabiduría, y que la serenidad es una forma de fuerza. Jean Briggs regresó con una lección universal: la calma no nace del silencio, sino de la comprensión.

En un mundo que reacciona con ira, los inuit demostraron que entender las emociones puede ser la forma más profunda de civilización. (Tomado de Datos Históricos)

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