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Por Ulises Aquino
La Habana.— La Revolución cubana fue un faro inspirador para todos los pueblos del mundo. Fue un punto de giro en la Historia que convocó a millones de cubanos y a personas de muchas latitudes del mundo a luchar por los muchísimos beneficios sociales que se alcanzaron con el triunfo de 1959.
Cientos de burgueses, empresarios y profesionales dieron su apoyo y colaboración para acabar con la dictadura de Batista.
Sí, muchos de los que hoy viven en Estados Unidos y en otros lugares del mundo apoyaron y lucharon por la Revolución. La Revolución no fue un fracaso. El fracaso fue el sistema económico y social impuesto con la venia de la mayoría de los cubanos.
Entonces, el fracaso comenzó cuando cedieron sus derechos con la promesa de un mañana mejor que nunca llegó, y para el que siempre los errores encuentran una justificación.
El enemigo bloqueo, que le ha servido más al gobierno cubano que al de Estados Unidos, porque ha sido el pretexto ideal para justificar lo real y lo que no lo es.
Porque los errores necesitan un enemigo, y si no existe, hay que inventarlo. Y en este caso, ha sido también un pretexto ideal para muchos errores.
La parte más dura del fracaso es la negación de la realidad, que habla por sí sola, que pide a gritos un cambio radical y no lo escuchan, no lo quieren ver.
¿Por qué? Porque es más difícil gobernar a hombres verdaderamente libres. Porque cuando peligran las bases de poder de los escogidos para gobernar, ante el fracaso, el miedo invade, paraliza.
Nunca antes como ahora Cuba necesita de la Revolución verdadera. La que convoque a una vida digna, mejor. La que abra las puertas a todos sus hijos y respete el derecho a no estar de acuerdo y expresarlo. Y la que respete al ciudadano y no le viole sus derechos en nombre de la seguridad nacional.
El pueblo cubano sabe que hoy no está representado, que hablan y discursan en su nombre, pero que su voz está ahogada en una miseria galopante que le impide vivir. Sí, vivir.
Existen distorsiones, sí, existen. La primera distorsión es seguir adelante cuando estamos conscientes del fracaso del sistema impuesto, que atenta contra esa misma Revolución que la mayoría de los cubanos apoyó para su triunfo, que creyó y por la que se sacrificó durante décadas.
La Revolución tiene la obligación de ser la madre de todos los cambios, de todos. Pero para los cambios urgentes que la Patria exige, necesita ante todo de hombres y mujeres cuyo principal compromiso sea la nación, su pueblo, su gente. Sin ataduras ideológicas que los inhiban y condicionen.
El momento no es para ideologías. Es momento de salvar nuestras vidas, las de nuestros hijos y nietos, a los que, en nombre de la ideología, tenemos desperdigados por el mundo.
No habrá inversión extranjera, por las causas que todos sabemos y las deudas acumuladas. Solo el concurso y el emprendimiento de todos los cubanos nos puede sacar de esta situación. Eso sí, con libertad y derechos plenos. Con respeto a todas las formas de pensamiento y de expresión.
Nadie tiene el derecho de diseñar un país que no va a vivir, ni de diseñarle a mis hijos la vida que quiere para ellos. No se puede hablar de soberanía cuando no es libre de elegir y de pensar el soberano. Eso, por más que lo confundan, es atentar contra la libertad.
Los cubanos de hoy, en Cuba, no tenemos recursos ni dinero, pero, en el goce de plena libertad y derechos, nos queda el ingenio como instrumento económico fundamental: la comunicación, las relaciones públicas y la simpatía para encantar con el capital humano.
Ese capital es fundamental para lograr el éxito. Pero atados y condicionados por el capricho de nuestros abuelos, será imposible avanzar.
Los nietos de la Revolución exigen, no a los nietos escogidos, sino a los que proponga directamente el Pueblo Soberano.