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Por Ulises Aquino ()

La Habana.- Pocas cosas quedan por decir, sugerir y reclamar ante una realidad que se expresa por sí sola. No hay duda de que Cuba está enferma. Cientos de miles de sus hijos padecen enfermedades cuyos nombres son muy difíciles de pronunciar. Tan difíciles como encontrar medicamentos para aliviar los dolores que causan.

Y era lógico que sucediera. Esta epidemia es nuestra, autóctona. Consecuencia de todo lo que se ha dejado de hacer para sanear las ciudades, recoger la basura, limpiarlas calles.

La falta de higiene de nuestro país no la impone el gobierno de Estados Unidos; es el resultado del inmovilismo, de perpetuar viejos conceptos, como en todo lo demás que agotó hace mucho tiempo su razón de ser.

Los fundamentalismos dejan nefastas consecuencias.

Más allá de cualquier ideología, debe ser la ética cívica el principio fundamental de la política. Porque la política no es la nación, ni la ideología tampoco.

Un país no es simplemente un territorio. Es la vida de su gente.

No será con reuniones ni convocatorias que superemos el estado de las cosas; se imponen cambios profundos en esta sociedad.

Hay que abandonar para siempre los eslóganes y la martirología. Se trata de la vida.

Millones de compatriotas, deambulando por el mundo, han preferido la miseria en América Latina y el resto del mundo que el sacrificio de vivir en penumbras y penurias.

La festinación tiene consecuencias también. Abran de una vez las puertas antes de que sea demasiado tarde. Incluso para nuestras vidas.

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