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La rabia de Katmandú y el silencio de La Habana: la misma grieta, distinto miedo

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En Katmandú arden las calles. Los jóvenes nepalíes, con la garganta rota de gritar, han plantado cara a un poder que les niega el futuro. El detonante fue una ley que, con descaro, blindaba a los hijos de la casta política –los ‘nepo kids’– para que heredasen, no ideas, sino privilegios.

Los vio salir de sus coches caros, con sus relojes de marca y sus sonrisas de quien desayuna certezas, mientras ellos malviven con salarios de miseria y una hipoteca vitalicia de frustración. La rabia, al fin, estalló. Es el estallido lógico de quien ya no teme perder lo que nunca tuvo.

Los lujos de la familia Castro

En La Habana, en cambio, reina un silencio espeso, un calor de resignación que lo envuelve todo. No es que la grieta sea distinta. Al contrario. Aquí también los hijos de la nomenklatura –podríamos llamarlos ‘hastiop kids’– viven en una burbuja de resorts y viajes a Europa, manejando cuentas en dólares que sus abuelos revolucionarios no sabrían ni pronunciar.

Estudian en el exterior, emprenden negocios privados con capital de papá y se pasean por Miramar en una modernidad que para el cubano de a pie es ciencia ficción. La diferencia no está en el abuso, sino en la reacción.

El miedo etéreo, psicológico…

La juventud nepalí, al verse excluida, encontró una identidad en la protesta. Se miraron y se dijeron: somos muchos, tenemos razón y el poder es ilegítimo. En Cuba, el mecanismo de control es más perverso. No te excluye: te incluye en la miseria general, te convence de que todos estamos en el mismo barco que se hunde, para que el vecino que tiene un poco más no te parezca un enemigo, sino un afortunado al que hay que copiar.

El régimen no te dice “no protestes”; te susurra “protestar no sirve de nada”.

El hijo de Manuel Marrero viajando en jet privado

El miedo en Nepal es a la represión, a la porra, a la cárcel. Un miedo tangible, que se puede enfrentar con números y valor. El miedo en Cuba es etéreo, psicológico, heredado. Es el pavor a que la Seguridad Estado arruine la vida de la familia que quedó en la isla, a que te cierren la posibilidad de una migración legal, a que el chivato de turno te señale para siempre.

Es el terror de que te apliquen la ley de la patria potestad y te quiten a tus hijos por ser un “contrarrevolucionario”. No es lo mismo temer por tu integridad física que temer por el alma de los que amas.

La Habana: la herida supura en silencio

Katmandú se quema porque aún conserva la memoria de que el poder se puede desafiar. La Habana calla porque lleva seis décadas escuchando el mismo mantra: que el mundo afuera es hostil, que aquí al menos no hay guerra, y que la dignidad es aguantar sin quejarse.

El Cangrejo dándose la buena vida

Mientras el nepokid nepalí es visto como un traidor a la meritocracia, el hastiopkid cubano es protegido por un sistema que justifica su riqueza como un “derecho de los cuadros”. Allí la corrupción es un escándalo; aquí, el modus operandi.

Al final, la misma herida: la de los hijos de los elegidos viviendo en un mundo paralelo de lujo y oportunidades, mientras la mayoría sobrevive en el purgatorio de la economía de subsistencia. Pero una herida, en Katmandú, grita. En La Habana, supura en silencio. Allí la protesta es un derecho que se reclama. Aquí, la resignación es una condena que se hereda.

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