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Por Jorge Menéndez ()

Cabrils.- Hace algunos años decidí que, si volviera a nacer, sería jardinero. Con el tiempo aprendí a interesarme por las plantas, sus enfermedades, cómo curarlas y cuidarlas. Me llena de alegría verlas sanar, florecer, agradecer con su belleza. Es una satisfacción profunda.

Pero también hay casos duros. Ves que tu planta enferma, la atiendes, se recupera… y vuelve a caer. Al final, muere. Y eso deja una frustración amarga, porque las plantas viven, sienten, y uno se queda con el sabor de la impotencia.

Ayer escuchaba una entrevista reciente a Díaz-Canel y lo vi claro: Cuba es como esa planta que se me murió. Canel y sus disparates son una enfermedad incurable para mi país.

Sandeces y más sandeces: eso es lo único que este señor puede decir. En su cabeza se acumula una montaña de basura, como la que inunda nuestras calles, pestilentes, foco de dengue, chikungunya y otras enfermedades que ya afectan a más de diez provincias. Lo más curioso —y doloroso— es que el propio director de epidemiología del MINSAP admite en televisión que una de las causas es la basura.

¿Y qué se hace al respecto?

Nada. Absolutamente nada. Y ese es el país que pretenden vender como destino turístico: un país enfermo, pestilente, abandonado.

Me repugnó escuchar a Canel culpar a los campesinos por la falta de producción, mientras repite el mantra del bloqueo. ¿Cómo puede hablar de producción un país que mantiene deudas millonarias con sus agricultores, que les paga precios ridículos por sus cosechas, que tiene un sistema de acopio ineficiente donde se pierden toneladas de frutas y hortalizas, que no ofrece fertilizantes, herbicidas ni medios mecanizados?

¿Cómo puede hablar de desarrollo un país sin electricidad, donde hoy se repara una termoeléctrica y se rompen tres?

Comparar mi planta con Cuba es triste, pero inevitable. Al menos mi planta murió con dignidad, porque yo me preocupé por cuidarla. Cuba, en cambio, muere lentamente a manos de unos asesinos que solo miran sus bolsillos.

Lo más doloroso es que, por mucho que se hable, por mucho que se invente, solo hay una solución: la que vendrá por la vía del pueblo o por la incapacidad de los esbirros gobernantes de controlar el desastre que ellos mismos provocaron.

Son ineptos. Son tarados. Y son los que sacrificaron el desarrollo armónico del país en nombre de una doctrina socialista que solo ha traído muerte lenta. Y así vamos muriendo: como país, como dignidad, como cubanos. Todo eso se desvanece.

Cuba necesita hoy acciones de solidaridad contundente, como las que exige Palestina. El pueblo cubano necesita despertar, hacer huelga de brazos caídos, paralizar el país. Necesita ocupar los hoteles cuando les quiten la luz, ir a las sedes del Partido, simplemente para que los esbirros entiendan que ya no mandan.

El susto lo tienen en el cuerpo. Pero hay que hacerlos temblar.

El pueblo cubano no puede desaparecer como mi planta. Y mi país, mucho menos.

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