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Por Yoandy Izquierdo Toledo ()

Pinar del Río.- Cuando entré en la Universidad, allá por el año 2006, recuerdo haber escuchado reiteradamente, en voz del presidente de la FEU de mi facultad, una frase a la que hasta entonces no le había prestado atención. Por mucho que la repetían en otros ambientes, o quizá por eso mismo, no era consciente de su magnitud real. “Es que la pirámide social está invertida”, decía como frase hecha y “permitida” aquel muchacho que lideraba a los jóvenes biólogos.

A partir de entonces comencé a explicarme más que la frase, propiamente dicha, el fenómeno que ella describía. ¿Por qué aquel muchacho, coetáneo, la presentaba en el ambiente universitario? ¿Estaba permitido aquel grado de análisis, obviamente político, en los predios universitarios? ¿Se refería a un solo aspecto o quería decir mucho más en aquella sintaxis?

Un día alguien le preguntó, en medio de una conversación coloquial que sostenía en un pasillo, cuál era esa inversión para él. A lo que contestó explicando todo con el tema de los oficios, las profesiones y los salarios. No podía ser lógico que las personas que habían estudiado y se habían preparado para el futuro estuvieran viviendo precariamente. O que su nivel de vida fuera inferior al de los que, en aquel entonces, comenzaban en el incipiente sector del trabajo por cuenta propia en Cuba. Él lo tenía claro desde el punto de vista de la posición en la “cadena alimenticia”. Así también le llamaba a esa especie de depredación social donde “el pez grande se come al chiquito”.

¿Invertida o al revés?

Era una buena explicación para tratar de entender un fenómeno que lejos de encontrar una solución se agudizó en los años venideros. Desgraciadamente, hoy vemos que la pirámide social no solo está invertida sino que se desploma. Porque las bases no son sólidas y se ha decidido descansar sobre el vértice más débil e inestable.

Si solo fuera por el tema de los salarios, los más desesperanzados podrían ir recobrando la confianza. Pues, con unas buenas políticas públicas en el sector del trabajo y la seguridad social, con políticas salariales eficientes y la generación de empleos dignos, aparecería la solución. Pero esa policausalidad que empuja la pirámide invertida hacia su propio desmoronamiento va más allá del valor del trabajo. Se extiende a la vida humana en general.

Lo que pudo hablarse al principio en términos económicos hoy debe trasladarse hacia otros sectores del desarrollo humano con impactos considerables. Y ahora escucho otros términos menos académicos pero sí más encarnados: “esta cosa está al revés”, “esto es el reino del absurdo”, “nos vamos hundiendo lentamente”, “el trabajo en Cuba no tiene valor”. Lo peor es que a cada una de estas expresiones le acompañan numerosas historias de vida. Estas indican el deterioro social, para algunos irreversible.

La pirámide está invertida porque no es lógico que un médico, maestro u otro profesional calificado migre del ejercicio de su profesión al sector privado, mayormente de los servicios. No es lógico que siendo dependiente, camarero, gestor de un negocio, etc., pueda vivir más dignamente que con los frutos de su trabajo en lo que quiso desarrollarse un día. Además, para lo que se ha preparado con estudio y superación constante.

El Estado parásito y perseguidor

La pirámide está invertida porque en lugar de encontrarnos con un Estado subsidiario, que garantiza el crecimiento y desarrollo de sus ciudadanos, nos tropezamos con un ciudadano desprotegido. En cuanto a recursos y leyes, ve en el Estado un mecanismo de control y un “lobo” para el propio hombre.

La pirámide está invertida porque, mientras se pide resistencia a un pueblo cansado y oprimido, no se trabaja en la solución de la grave crisis económica. Esta responde a una crisis estructural, del modelo, que se expande como una enfermedad sistémica, por todos los capilares sociales. Mientras se exacerba la carestía, la baja calidad de vida y la inseguridad ciudadana, el país se apertrecha contra un enemigo externo. Este es un pretexto para todos los males y justificante de todas las crisis.

Y la pirámide está invertida porque, lejos de buscar una solución, el país se enquista en su propio mal. Cerrar la puerta al cambio en paz y bloquear todo signo de disenso es contraproducente. Además, hacer oídos sordos a cualquier propuesta venga de dónde venga, es no tener ánimos de enderezarla.

Hora de levantar nuestra pirámide

La pirámide está invertida porque las libertades fundamentales de una gran mayoría se sacrifican para que una minoría sostenga el viejo argumento. Arguyen ser paradigma de algo que, a todas luces, se desvanece en un horizonte incierto.

La pirámide está invertida porque lejos de convocar, aunar esfuerzos y voluntades, dialogar y consensuar, diagnosticar y proponer, se margina, se ataca o se persigue. Se sostiene una entelequia que, más temprano que tarde, llegará a su fin.

Está invertida porque la supuesta justicia, que debe ser imparcial y apegada a la verdad, tiene intereses. Defiende a una sola ideología y no a todos los ciudadanos por igual.

Aunque el panorama se presente desesperanzado y desesperanzador, el fenómeno de la pirámide invertida no tendrá la última palabra. No viviremos ad infinitum en esa relación desproporcionada de que quien menos aporta viva mejor, que parece ser la esencia del concepto. Ni tampoco en esa configuración ilógica, porque las estructuras piramidales responden a sociedades distribuidas desigualmente, extremadamente inestables y, por tanto, tendientes a caer.

Debemos estar atentos a la evolución de la pirámide. Y, si bien no se revierte, construyamos entre todos una mejor estructura, “con todos y para el bien de todos”, con justicia y libertad.

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