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Por David Esteban Baró ()
La Habana.-En Cuba, desde hace más de seis décadas, se repite un mismo truco de feria: confundir Gobierno con nación, Partido con patria, y Revolución con identidad. Es el ilusionismo político más duradero del hemisferio, y, a juzgar por la propaganda, todavía hay quien pretende venderlo como acto de amor.
Desde 1959, los que bajaron de la Sierra con Fidel no se conformaron con el poder político; también se apropiaron de símbolos, banderas, himnos y hasta de la palabra Cuba. La usurparon como marca registrada. Así, la patria quedó en manos de un solo partido que se autoproclamó su único guardián.
En esa lógica torcida, disentir es traicionar; pedir pan es sabotear; cuestionar es dinamitar la nación.
El resultado es una maquinaria de etiquetas: «gusano», “contrarrevolucionario”, “anticubano”, “vendepatria”, “traidor”. Palabras que caen sobre cualquier ciudadano que se atreva a levantar la voz.
María, de 71 años y jubilada con pensión de 1.528 pesos, lo resume con ironía amarga: “Si yo digo que no me alcanza para comprar un cartón de huevos, ya soy agente de la CIA. ¡Imagínese usted el peligro que represento!»
Pero la retórica tiene grietas, porque nada resulta más contrarrevolucionario que la miseria que asfixia a la isla.
José, 68 años y exobrero del níquel, lo suelta sin rodeos: “Ellos se llenan la boca hablando de patria o muerte, pero uno pasa hambre igualito. ¿Eso es la patria? Porque si es así, que me perdonen, pero prefiero la traición”.
La jugada ideológica consiste en convertir al Estado en sinónimo de nación. Una trampa que vacía de contenido el amor real a Cuba y lo sustituye por obediencia al Partido Comunista.
No se puede amar al país sin antes venerar al partido. No se puede defender la bandera sin alzar la foto del «eterno líder». La patria ya no es de todos: es de los que mandan.
La ironía es que el mismo discurso que acusa a los críticos de deslealtad es incapaz de asumir su propia responsabilidad en el deterioro nacional. No hay acto más antipatriótico que reducir un país entero a la fidelidad a un puñado de burócratas. No hay hecho más “contrarrevolucionario” que la ruina económica, la desesperanza y la estampida migratoria.
En nombre de la patria, se prohibió pensar. En nombre de la patria, se silenciaron voces. Y en nombre de la patria, se desgastó al pueblo hasta dejarlo exhausto. Y, sin embargo, esa patria que pretenden monopolizar sobrevive más allá de los discursos oficiales, en la dignidad de la gente común, en la risa de los niños descalzos, en la obstinada memoria de quienes saben que Cuba es mucho más que el Gobierno que la encadena.