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Por Oscar Durán
La Habana.- Oriente hundido en el agua, sin luz, sin comida y sin esperanza. Con familias enteras pidiendo auxilio por redes que apenas funcionan, con los hospitales desbordados y los parques solares fotovoltaicos convertidos en piscinas comunistas. Justo en ese instante, cuando el país grita por sobrevivir, la dictadura decidió lanzar su distracción más siniestra: Alejandro Gil Fernández. Una jugada de manual. De tan predecible, resulta hasta mediocre.
El comunicado de la Fiscalía parece escrito por un burócrata recién graduado en “Nada Que Decir”. Palabras solemnes, tecnicismos huecos y una prosa tan fría como el estómago vacío de un cubano promedio. Que si el artículo 156 de la Constitución, que si el debido proceso, que si la acción penal pública. Todo ese teatro jurídico para intentar disfrazar con formalidades lo que en realidad es un número más del circo: mostrar un culpable, entretener a la audiencia y desviar el foco del desastre.
Hablan de espionaje, malversación, cohecho, tráfico de influencias y lavado de activos, como si estuvieran describiendo a medio Consejo de Ministros. Pero no se engañen, aquí no hay justicia, hay cálculo político. Alejandro Gil es la cabeza ofrecida en bandeja para intentar salvar una imagen que ya nadie cree. Cuando un régimen se tambalea, necesita sacrificios rituales. Y Gil, el economista estrella de la catástrofe, es el chivo expiatorio perfecto para tapar la ruina nacional.
Mientras anuncian su “responsabilidad penal”, los pueblos del oriente cubano siguen bajo el agua, los ancianos hacen cola por un antibiótico que no existe y los niños enferman por beber lo que queda de las cisternas contaminadas. Pero nada de eso ocupa portada en los medios oficiales. La orden es otra: que se hable del juicio, de los delitos, del traidor. Que la gente olvide, al menos por unas horas, que el país se está derrumbando a pedazos.
Lo más repugnante es la falta de pudor. Usan la desgracia ajena como cortina de humo. No hay un solo gesto de empatía hacia las víctimas de las inundaciones, ni una palabra sobre los miles que lo perdieron todo. Solo un comunicado seco, carente de alma, que huele a estrategia desesperada. Es la vieja táctica castrista: cuando el país se hunde, fabrica un enemigo interno. Lo hicieron con Ochoa, lo hicieron con los disidentes, y hoy lo repiten con su propio ministro.
De tanto repetir el guion, ya ni les sale convincente. La gente está cansada de la pantomima judicial, del lenguaje en clave y de las sanciones de utilería. Nadie cree en esos tribunales, ni en esas fiscalías que dicen actuar “en representación del Estado”, cuando en realidad representan la voluntad del Comité Central. No se trata de justicia, sino de supervivencia política. Pero, tarde o temprano, ni los sacrificios más espectaculares podrán salvar a un régimen que se pudre desde dentro.
Una última cosa para no extenderme más: ¿cuántos años le metieron al señor Gil? ¿Tú no sabes? Pues yo tampoco.