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La noche cruda de Ian

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Por Irán Capote

Pinar del Río.- La noche del 27 de septiembre de 2022, es inolvidable para todos los pinareños. El huracán Ian entraba con toda su fuerza por algún punto del mar entre La Coloma y Punta de Cartas.

Yo estaba confiado. Creía que solo sería algo similar a los huracanes que ya había vivido antes. Además, en aquel año vivía la tercera planta del edificio Venceremos y el apartamento era un búnker.

Ya sabíamos que el huracán entraría de noche. Durante el día mi madre no dejaba de llamarme. Me contaba que allá en El Jíbaro la gente estaba asegurando sus casas como podían. Poniendo trancas detrás de las ventanas y las puertas y colocando sacos de arena sobre los techos de fibras. Ella insistía en preguntarme si ya había asegurado las puertas y las ventanas del apartamento. Yo le decía que no, que no era necesario, que la casa estaba buena y que todo cerraba bien. Pero ella insistía en que pusiera trancas y le enviara fotos para estar “más tranquila”. Cosas de las madres y el instinto de protección.

Me asomé al balcón y todo estaba muy tranquilo. Nadie protegía ventanas ni puertas de aquella manera en que mi madre me decía. Con vergüenza busqué un par de pallets y los desarmé en el balcón. El ruido hizo que los vecinos se asomaran a verme. Les dije: “cosas de mi madre que piensa que aquí las cosas son como allá en el campo”. Puse las trancas detrás de cada ventana y cada puerta, apoyé con un par de cartones por si el agua entraba, pero sin mucha seguridad. Todo lo hacía para que mi madre estuviera quieta. Era más mi miedo por ellos que estaban protegidos en casas poco seguras.

Le pasé las fotos y me dijo: “Perfecto, ahora vacía un clóset y tenlo listo por si les hace falta meterse ahí.”

Me reí mucho. Y embarajé. No iba a hacer una cosa como esa.

A las diez de la noche ya se sentían bien fuertes las rachas de viento.

Casi cerca de las once ya el sonido del aire era insoportable. Los vientos eran sostenidos. Las ventanas aún con tranca y todo, parecía que se iban a ir de los marcos. El sonido afuera era terrible, como si una bestia enorme rugiera de manera sostenida. Sentí mucho miedo. Mucho. Todos en casa me miraban espantados, quizás esperando por un plan mío. Y aquello incrementaba. El piso vibraba, las paredes vibraban. El agua entraba por todas partes hasta por el techo. Las puertas amenazaban con volarse.

Corrí hasta el cuarto, abrí el clóset, pero estaba lleno de cosas y habría que ponerse a quitar divisiones para que cupiéramos todos. Entonces nos fuimos al baño y ahí nos encerramos durante seis interminables horas.

El techo del Teatro Milanés volaba e impactaba contra las paredes del edificio. Rugía. Pensé que se habían caído los balcones de la casa. Pensé que habían volado todas las puertas. Pensé que fuera de aquel baño pequeño ya todo era destrucción, lloraba, rezaba, rezaba, rezaba, rezaba sin parar y en medio de mi ataque de pánico insistía en mantener la calma de los otros: “!Todo está bien, todo está bien!”. Pero luego volvía a gritar y luego los tomaba de las manos y rezaba en voz alta un Padre Nuestro.

Más de seis horas de agonía

Vino la calma de pronto. Se escuchó un avión. Esperamos unos segundos y salimos del baño. La casa estaba bien, solo agua por todas partes. Escuché a la gente hablar en la calle. Abrí la puerta del balcón. Serían las seis de la mañana. Ahí pude ver las destrucciones. Una vecina salió gritando y dijo: “Tránquense, esto va a seguir, estamos en el ojo”

Y volví a poner las trancas. Y en el acto volvieron los vientos, ahora con más fuerza.

Sobre las 9:00 de la mañana ya se había ido Ian para siempre. Pero su huella dejó en mí un miedo que no me permite olvidar aquella noche.

Esa noche, Dios estuvo conmigo.

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