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La Negociocracia un concepto político en Miami

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Por Luis Alberto Ramirez ()

MIami.- En Miami, o más precisamente en el sur de la Florida, la política se ha convertido en un negocio tan rentable como el turismo o el mercado inmobiliario. De hecho, lo que existe aquí no es una democracia funcional, sino una “negociocracia”, un sistema donde la política está íntimamente ligada a los intereses económicos personales de quienes la ejercen.

Los políticos locales parecen moverse dentro de un circuito cerrado, una especie de reciclaje permanente de poder, donde los mismos nombres se repiten una y otra vez como si fueran botellas de Coca-Cola retornables. Hoy son comisionados o delegados, mañana legisladores, pasado alcaldes o administradores de ciudad, y luego directores de puertos o aeropuertos. Cambian de puesto, pero no de discurso ni de hábitos. Siempre aferrados a la teta del presupuesto público, viven de la política y del sacrificio de la gente que sí trabaja de verdad.

El patrón es el mismo: promesas recicladas, retórica vacía, discursos patrióticos o moralistas, y al final, decisiones que benefician a unos pocos y perjudican a los contribuyentes. En este ecosistema político, las prebendas son norma, y la ética una rareza. Se suben los salarios sin consulta, se otorgan retiros dorados tras apenas cuatro años en una legislatura, algunos con pensiones que rondan los 50 mil dólares anuales, sin que ello afecte lo que ganan en otros empleos, mientras el trabajador común, después de tres décadas de esfuerzo, recibe una jubilación miserable y debe conformarse con no ganar más de 23 mil dólares al año, o el Estado le confisca la mitad de todo lo que sobrepase.

El trabajador es quien paga

¿Quiénes pagan realmente el costo de esta corrupción institucionalizada? La respuesta es simple: la clase trabajadora, la que mantiene en pie los servicios, las escuelas, las carreteras y los hospitales, pero que a cambio recibe más impuestos, peajes por doquier, y un enjambre de cámaras de vigilancia convertidas en máquinas de recaudar. Las multas por exceder cinco millas de velocidad son el nuevo impuesto disfrazado, con cámaras escondidas tras árboles, en autobuses escolares o en esquinas poco transitadas.

Y todo esto ocurre mientras los políticos locales llenan la boca diciendo que “no suben los impuestos”. No los suben directamente, es cierto, pero han creado una maraña de peajes y sanciones que termina siendo un impuesto encubierto. Es el mismo saqueo, pero con otro nombre.

El sur de la Florida se ha convertido en un feudo político donde la alternancia es una ilusión y la renovación, una quimera. La solución no está en abstenerse ni en entregar el poder al mismo grupo de siempre, sino en romper el ciclo del reciclaje político. Si en la boleta no aparece un nombre nuevo, hay que dejarla en blanco, pero hay que salir a votar, para que el voto de protesta se cuente, para que el descontento se haga visible.

Porque mientras los ciudadanos callen, los mismos políticos seguirán rotando de cargo en cargo, visitando hogares de ancianos metiéndole siempre el mismo cuento, asustándolos y amenazándolos veladamente con no darle “prebendas”. Enriqueciéndose del sistema y robándole al pueblo el verdadero sentido de la democracia. La “negociocracia” es el cáncer silencioso de la política local, y solo la voz colectiva de los votantes podrá detener su avance.

No más políticos reciclados. No más negociocracia. Es hora de recuperar el poder ciudadano.

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