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Por Javier Pérez Capdevila ()
Guantánamo.- La arrogancia del poder cree que golpeando al mensajero destruirá el mensaje; ignora que la verdad, aunque sangrante, jamás se ahoga en el silencio.
Esta es una frase general para el mundo, no está hecha para Cuba (¿Por qué no para Cuba?). Me gustaría que los comentarios fueran más a la esencia de la frase que a ejemplos concretos. Pero, por otra parte, no me gusta limitar a nadie su libertad de expresión.
Para ayudar a la comprensión de esta frase haré primero un desglose conceptual dividiéndola en tres partes:
1. «La arrogancia del poder»: Se refiere a la soberbia de quienes ostentan autoridad, quienes asumen que una posición que les permite controlar la realidad mediante la fuerza o la represión. Esta arrogancia se sustenta en la ilusión de que el poder absoluto anula las contradicciones o críticas.
2. «Golpeando al mensajero destruirá el mensaje»: Alude a la táctica de atacar al emisor (periodistas, disidentes, denunciantes) para suprimir una verdad incómoda. Es una versión moderna del adagio «matar al mensajero», basada en la falacia de que silenciar al crítico elimina la crítica misma.
3. «La verdad, aunque sangrante, jamás se ahoga en el silencio»: Afirma que la verdad es intrínsecamente resistente. Aun cuando su revelación cause dolor o sea reprimida, su esencia persiste y eventualmente emerge, pues la represión solo posterga, no elimina, su manifestación.
Seguidamente, argumentaré la frase desde cinco puntos de vista.
La historia evidencia que los regímenes autoritarios fracasan al intentar silenciar verdades incómodas. Ejemplos paradigmáticos son:
Caso Watergate (1972-1974) cuando el gobierno de Nixon intentó ocultar su espionaje ilegal, pero la perseverancia de periodistas como Woodward y Bernstein reveló la verdad, demostrando que la represión institucional no sofoca la información crítica.
Disidentes en la URSS: Figuras como Aleksandr Solzhenitsyn, encarcelado por denunciar los gulags, vieron sus obras circuladas clandestinamente («samizdat»), perpetuando su mensaje.
Estos casos ilustran que atacar al mensajero solo genera símbolos de resistencia, amplificando el mensaje original.
Efecto Streisand: La censura suele provocar el efecto contrario al deseado, aumentando el interés público. Ejemplo: La filtración de los Papeles del Pentágono (1971) mostró que intentar judicializar a Daniel Ellsberg no impidió la divulgación de secretos sobre la guerra de Vietnam.
Martirio y simbolismo: Cuando un mensajero es reprimido, su figura se convierte en emblema de lucha. Mahatma Gandhi, encarcelado por el Imperio Británico, vio su mensaje de no violencia ganar adeptos globalmente.
Filósofos como Sócrates (ejecutado por «corromper a la juventud») o Spinoza (excomulgado por sus ideas) demostraron que las ideas trascienden a sus portadores. La verdad, como concepto, opera en el ámbito de las ideas colectivas, no individuales. En palabras de Hannah Arendt: «La factualidad de la verdad es inmunológica a la coerción».
En la era digital, la represión se enfrenta a herramientas de difusión masiva. WikiLeaks, Edward Snowden o las filtraciones de la Primavera Árabe evidencian que, aunque los mensajeros sean perseguidos (Julian Assange, encarcelado; Snowden, exiliado), la información se replica en redes descentralizadas, imposibilitando su erradicación total.
Es válido cuestionar si, en contextos de censura extrema, como Corea del Norte, Eritrea (y Cuba), la verdad puede ser suprimida indefinidamente. Sin embargo, incluso allí, la resistencia se manifiesta en formas sutiles (rumores, arte subversivo). La frase no niega que la verdad pueda ser temporalmente oculta, sino que enfatiza su resiliencia a largo plazo.
En fin, con esta frase he intentado condensar una lección histórica y ética: el poder autoritario subestima la naturaleza indómita de la verdad. Al atacar al mensajero, no solo fracasa en silenciar el mensaje, sino que lo fortalece, transformándolo en un símbolo de lucha. La verdad, como ente colectivo, sobrevive en la memoria social, las redes informales y la conciencia crítica. Por ello, como escribió Eduardo Galeano: «La utopía está en el horizonte. […] Sirve para caminar». La verdad, aunque sangrante, es esa utopía que persiste más allá del silencio impuesto.
(Las frases entre paréntesis son del editor)