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Por Redacción Nacional
Santa Clara.- El barrio Condado cumplió 246 años. Lo celebraron, dicen, con “expresiones culturales, religiosas e históricas”. Así, con esa frasecita que suena a cortina de humo oficial. Humo con olor a discurso vacío, con sabor a promesa vieja, con estética de ritual revolucionario reciclado.
En Cuba, cuando un barrio cumple años, lo que hacen no es honrar su historia: lo que hacen es maquillar el abandono con papel periódico.
A las actividades asistieron “cientos de personas”, dicen los titulares. Habría que ver cuántos fueron por voluntad y cuántos porque los bajaron en guagua desde un centro laboral, como se estila. Reunidos alrededor de una ceiba —porque el folklore aquí no puede vivir sin un árbol sagrado—, los asistentes escucharon lo mismo de siempre: que Condado es un bastión patriótico, que se enfrentó a Batista, que sus jóvenes murieron valientemente. Todo muy bonito. Muy útil para repetir en la Mesa Redonda. Pero nadie mencionó que, hoy por hoy, los jóvenes de Condado quieren huir del país en cuanto les llegue un SMS del parole.
Durante el acto se entregó la Distinción Raúl Sancho Cantos. Una medalla que nadie sabe para qué sirve, salvo para engordar currículums oficiales y figurar en actos municipales. La entregaron a instituciones y personalidades “que han aportado al quehacer económico y social del barrio”. Me gustaría ver la lista. A ver si aparece el bodeguero que reparte las cinco onzas de chícharos al mes, o el tipo que arregla motores sin licencia porque no hay piezas. Esos son los que aportan. No los que posan para la foto.
El presidente del Consejo Popular, David Perdomo, cerró la jornada con un discurso lleno de palabras huecas. Dijo que “la Revolución Cubana siempre podrá contar con el Condado”. Qué manera de usar al barrio como consigna. Qué forma tan cínica de invocar fidelidades cuando el sistema ha sido incapaz de garantizar un techo digno, una calle asfaltada o un hospital con jeringuillas nuevas. Condado podrá contar con la Revolución, pero la Revolución no ha contado ni con Condado ni con nadie. Solo se cuenta cuentos.
Ahí están los bloques rajados, los portales con filtraciones, las casas apuntaladas con palos. Ahí está el peso cubano hecho polvo, las colas de madrugada para un litro de aceite y la rabia contenida de un pueblo al que solo le dan palmaditas en el hombro y actos conmemorativos. Qué fácil es invocar el pasado heroico cuando el presente es un desastre estructural.
Cuarenta y seis años más y Condado llegará a los 300. Si el país sigue igual, habrá que celebrarlo con velas, no por tradición, sino por apagón. Y con discursos aún más inflados, porque lo único que en Cuba no se deteriora es la capacidad de repetir consignas. La Ceiba seguirá ahí, claro, vieja y solitaria, como testigo mudo de la decadencia. Porque no hay árbol sagrado que tape el abandono cotidiano.