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Por Albert Fonse ()
Ottawa.- Vivir en el exilio es aprender a respirar dos veces: una por gratitud y otra por dolor. Gratitud por la libertad, por el pan que no depende de consignas, por poder decir lo que uno piensa sin miedo a una cita con la Seguridad del Estado. Dolor por la distancia, por la voz que se apaga en un teléfono, por los abrazos que se quedaron al otro lado del mar. Ser un exiliado cubano es vivir con la maleta siempre a medio cerrar, como si en cualquier momento la historia corrigiera su error y nos dejara volver.
Quien salió de Cuba para ser libre nunca dejó de ser cubano, pero tampoco volvió a ser el mismo. En el exilio uno se reencuentra con la verdad que en la isla se prohibió: que el mundo avanza, crea, discute, se equivoca, pero no se somete. Allí comprendemos cuánto nos robaron: el tiempo, la posibilidad de construir, la simple costumbre de elegir. Mientras el mundo inventaba el futuro, nos condenaron a repetir los mismos discursos y las mismas promesas rotas.
La dictadura ha intentado dividirnos, pero no ha podido. Ha utilizado el exilio como castigo, pero nosotros lo hemos convertido en su condena. Somos ese dolor que no pueden silenciar, esa presencia que no pueden controlar. Cada día somos más.
Ahí están las manifestaciones que recorren el mundo, las voces que denuncian ante organismos internacionales, las campañas que exponen la verdad, los movimientos que recuerdan a los presos políticos y los nombran uno por uno.
El exilio cubano ya no es un susurro: es una fuerza política, cultural y moral que influye en la política internacional. Son cada día más los que no regresan, y los que lo hacen, van solo a abrazar a su familia y vuelven a la libertad.
El exilio no es olvido. Es una trinchera sin fusiles, pero con memoria. Es el lugar donde se mantienen vivas las historias que la dictadura quiso borrar, los nombres de los presos, los sueños de los muertos. Los años pasan, las generaciones cambian, pero la herida sigue abierta porque la causa no ha terminado. Hoy somos los herederos de esa fuerza, los que siguen su ejemplo desde nuevas trincheras, los que entendemos que la libertad no se hereda: se conquista y se cuida.
Esta es una dedicatoria al exilio histórico, al que marcó el camino. A los que llegaron sin nada y construyeron mucho. A los que transformaron su dolor en fuerza y su nostalgia en leyes como la Ley de Ajuste Cubano, que abrió las puertas de la libertad a miles, aunque muchos cubanos no la respetaron y regresaron a ese régimen, olvidando la historia y traicionando el sacrificio de quienes la hicieron posible.
También a ese exilio que sembró raíces en la nación más poderosa del planeta y que hoy da frutos en figuras que representan nuestra historia y nuestro sacrificio, como el actual Secretario de Estado de los Estados Unidos y futuro presidente Marco Rubio. Ese exilio que demostró que la patria no se abandona, se lleva puesta, se defiende, se honra.
El señor exilio es el que estrena la esperanza cada día, el que no olvida, el que no perdona, el que lucha incluso cuando ya no tiene necesidad de hacerlo.