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Por Eduardo González Rodríguez ()
Santa Clara.- Hace treinta minutos mi hijo pequeño y yo regresábamos a casa a la luz de la estrellas después de caminar casi un kilómetro. Es una caminata donde vamos a cazar maní molido, y de paso, conversamos, nos ponemos al día, inventamos algún chiste o hablamos de sueños muy íntimos. Pero él pregunta demasiado, la verdad.
«Papá, ¿por qué hoy la luna se parece un plátano?» Le prometo que cuando lleguemos a casa le voy a dibujar sobre un papel la posición del sol, la luna y la tierra para que pueda comprenderlo.
«Papá, ¿cómo supo el que inventó el reloj la hora que era?» Me doy cuenta que ha visto esas preguntas en alguna publicación de Internet y le digo que hay mucha gente diciendo tonterías en las redes, que la creación de lo que hoy llamamos reloj es un proceso larguísimo.
Le hablo del reloj mesopotámico y sin querer, no sé por qué, termino hablando del calendario Juliano y Gregoriano.
Él me mira cómo al que le importa un pito, pero yo sigo tratando de hacerle entender que hay cosas muy útiles que uno puede comprender simplemente con la observación…
Para ese entonces ya estábamos casi frente a nuestra casa, así que con tono profesoral le señalo el almendro del parquesito y le digo: «¿Ves ese árbol? ¿Por qué tú crees que pierde las hojas en otoño?»
No sé papá», me respondió.
-Si ahora mismo tuvieras sed… -insisto- ¿qué harías?
-Obvio… -dijo levantando los hombros- Voy para la casa y tomo agua.
-¡Ah! Pero el árbol no puede -le digo-. Está sembrado en la tierra, por lo tanto tiene que administrarse. Como no puede acopiar con sus raíces agua suficiente para mantener todas sus ramas, comienza a perder hojas para mantenerse vivo hasta la época de lluvia. ¿Entiendes?
-Sí. -Me dijo- Lo entiendo.
-A ver, cuéntame qué entendiste.
-Que cuando llegue el otoño, si no quiero morirme de sed tengo que cortarme el pelo.
Comenzó a reír y salió corriendo para la casa para contarle a la mamá la cara que puse cuando me dio esa respuesta. Me preocupa que el chama haya heredado mi carácter, porque la verdad, reírse de todo tampoco ayuda mucho.
¡Que Dios los bendiga siempre!