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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- El huracán Melissa golpeó con saña el oriente de Cuba. El golpe fue demoledor. Tanto, que aún nadie se atreve a hacer un cálculo de las pérdidas. Incluso, es posible que nunca nadie ofrezca un balance de todo lo que se pudo haber perdido.
A ver: el gobierno perdió poco. Ellos no tienen nada que perder. Allá no hay grandes plantaciones de tabaco. La caña ya no existe. No hay industrias. Si acaso, sacaron cuenta de los techos de las escuelas que volaron, de las oficinas de las organizaciones políticas dañadas o de los postes caídos. Los de Electricidad.
Luego de que pasara el peligro en la zona oriental, el supuesto presidente y su Sancho, Roberto Morales Ojeda, además de unos cuantos ministros, dejaron su buena vida en la capital y se plantaron por allí.

Ya sabemos que a todos los políticos les gusta figurar. Pero a estos que nos han impuesto, les gusta más. Allí se les ve, en las fotos de ellos mismos, rodeados de cámaras, del periodista Wilmer Rodríguez y de Leticia Martínez, la jefa de prensa del Canelo.
Y como hay que transmitir optimismo, porque eso es lo que enseñan en las escuelas del partido, fueron a donde hacen casas a partir de contenedores.
La idea es que los que perdieron todo piensen que les puede tocar una de esas. «Del lobo, un pelo», dirán los damnificados.
Pero que no se hagan ideas. No hay tantos contenedores, y tampoco tiene el gobierno de dónde, o cómo, robárselos para darle paredes o un techo a las personas. Todo eso sin contar que la vida en un contenedor, con el calor de Cuba, por más que le hagan muchas ventanas, es poco menos que imposible.
En otros países del mundo hay viviendas así, pero en esos países hay electricidad, aire acondicionado, condiciones. En Cuba, no.

A Díaz-Canel le parece genial la idea. Él vive en una mansión en Playa, por detrás del Palacio de las Convenciones, donde no se va ni la corriente. Roberto Morales Ojeda, quien ya tenía mansiones en Cienfuegos que dejó a su familia, vive en una casa en 15 y B, en El Vedado, mientras le dan los toques finales a una mansión cerca de su ahora tutor.
Estos son los tipos que llegan después a donde, chapuceramente, convierten contenedores en viviendas y asienten con la cabeza, como si se estuviera haciendo algo muy grande.
Los medios que los acompañan, que jamás preguntan nada, se encargan de repartir las imágenes por ahí, como si todo fuera un gran salto en la solución de los problemas de viviendas.
Al final, un país que no produce acero, muy poco cemento y donde no hay petróleo para producir áridos, lo tiene muy complicado para construir viviendas. Porque, además, no hay ni clavos para hacerlas de tabla de palma y techo de guano.
Ya sé: «El bloqueo», dirán aún los estúpidos.