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Por Luis Alberto Ramirez ()
El régimen de La Habana volvió a mostrarse este jueves como el titiritero ideológico del hemisferio, al “alertar” sobre una supuesta inminente agresión militar de Estados Unidos contra Venezuela. En un comunicado de su cancillería, el gobierno cubano afirmó que “no puede aceptarse legal o moralmente” lo que califica como “pretextos” para una eventual acción bélica y llamó a una “movilización internacional” para impedirla.
Según el texto, La Habana también acusó a Washington de ser responsable del “asesinato” de cinco pescadores venezolanos, tras el hundimiento de sus lanchas, lo que presenta como un acto deliberado de agresión. Sin embargo, el discurso del castrismo, como de costumbre, evita cualquier mención al verdadero drama venezolano: el control del país por un régimen convertido en aparato de crimen organizado.
Ni una palabra sobre el cartel de narcotráfico que encabeza la cúpula militar venezolana, ni sobre las redes de corrupción, tráfico de estupefacientes y lavado de activos que, según agencias estadounidenses y europeas, se extienden desde Caracas hasta África y Medio Oriente. Cuba prefiere el silencio cómplice, porque sabe demasiado. No sólo conoce la estructura del llamado “Cartel de los Soles”, sino que forma parte del mismo entramado, aportando asesoría, logística y cobertura política.
La Habana, Caracas y Managua operan hoy como una tríada ideológica que mantiene con vida la última versión del estalinismo latinoamericano. Cuba dicta la línea, Venezuela financia, y Nicaragua ejecuta la represión interna. La llamada “movilización internacional de la izquierda” que reclama el régimen cubano no es más que un intento desesperado por mantener un frente común ante el desgaste de sus dictaduras aliadas.
A Nicolás Maduro lo instruyeron desde el Palacio de la Revolución para robarse las elecciones y consolidar un modelo calcado del cubano, donde los votos no cuentan y las urnas sólo sirven para legitimar la farsa. A Daniel Ortega le dieron la fórmula para eternizarse en el poder mediante la eliminación de toda crítica y oposición, como lo ha hecho La Habana durante más de seis décadas.
El discurso de “defensa de la soberanía” y de “resistencia antiimperialista” no es más que una máscara ideológica. En realidad, Cuba teme que cualquier debilitamiento del régimen venezolano termine afectando su propia supervivencia. Venezuela sigue siendo su principal fuente de petróleo subsidiado, financiamiento y refugio estratégico.
La “alerta” de La Habana, lejos de ser un gesto solidario, es una maniobra preventiva para proteger sus intereses y los de su red de aliados autoritarios. Mientras tanto, los pueblos de Cuba, Venezuela y Nicaragua continúan hundidos en la miseria, la represión y el exilio. La verdadera agresión no viene del norte, sino de los propios regímenes que los oprimen desde hace décadas.