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La Habana entre basureros y promesas

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Por Redacción Nacional

La Habana.- Caminar por La Habana hoy es asistir a una exposición a cielo abierto de lo que significa la desidia institucional. No hablamos de un contenedor lleno: hablamos de montañas de basura que se trepan en las esquinas, de bolsas que revientan con el calor, de olores que se instalan como un vecino más.

La postal es repetitiva: niños que cruzan esquivando desperdicios, ancianos que se tapan la nariz y turistas que fotografían lo que aquí nos mata de vergüenza. En algunos barrios, la basura es más puntual que el ómnibus.

Las autoridades, como siempre, encuentran la coartada perfecta: falta de combustible, vehículos en mal estado, piezas que nunca llegan, recursos que se evaporan. El Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, por su parte, acusa la ausencia de “economía circular” y de un enfoque integral.

Mientras tanto, la solución se diluye entre diagnósticos, siglas y discursos. No hay integración entre el Estado y el sector privado, no hay un sistema moderno de tratamiento, no hay ni siquiera áreas definidas para botar la basura sin que se convierta en un vertedero improvisado.

El problema es estructural y crónico

Hace seis meses, Centro Habana estrenó el proyecto piloto El Batazo. La idea suena bien: recolección puerta a puerta, clasificación de residuos, integración de recicladores informales y producción de compost. Ocho manzanas beneficiadas, 45 personas trabajando y financiamiento del Fondo Nacional de Medio Ambiente. Todo suena ordenado… hasta que doblas la esquina y te topas con el parque Carlos J. Finlay convertido en basurero de proporciones olímpicas, rodeado de escuelas y comercios. A los pocos días de limpiarlo, vuelve a estar igual.

El problema es estructural y crónico. Los camiones japoneses que llegaron en 2019 fueron el espejismo de una ciudad limpia. Dos años duró la ilusión antes de que el abandono y la falta de mantenimiento los mandaran a la lista de equipos obsoletos. Hoy, apenas unos pocos sobreviven en circulación. Mientras tanto, los contenedores desaparecen de las calles como si fueran piezas de colección, y en los barrios más apartados el servicio de recogida es un rumor.

El reciclaje, que podría ser un salvavidas, sigue siendo un tema decorativo en los discursos. La Empresa de Recuperación de Materias Primas no trabaja de forma sistemática en zonas residenciales y la clasificación en origen es ciencia ficción. Ahora se anuncia una carrera de “Gestión Integral de Residuos” en la Universidad de La Habana. Buena idea, sí, pero la formación académica no recogerá la basura que fermenta en cada esquina. El problema no es solo de técnicos, sino de voluntad política y de un sistema que deje de barrer la suciedad debajo de la alfombra.

Porque lo cierto es que, mientras se organizan congresos, talleres y cursos, la ciudad sigue pudriéndose a la intemperie. La Habana necesita más que promesas, necesita un ejército de soluciones reales que vayan desde el financiamiento hasta la conciencia ciudadana. Pero en un país donde la gestión es reactiva y el mantenimiento es un lujo, lo más probable es que el basurero siga siendo parte del paisaje, hasta que un día, entre tanto desperdicio, no se vea ni la ciudad.

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