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Por Luis Alberto Ramírez ()
El periodista Patrick Oppmann, enviado de CNN a La Habana, describió en un reciente reporte una realidad que ya no sorprende a los cubanos. Sin embargo, impacta a los visitantes el olor penetrante de la basura en las calles de la capital, intensificado bajo el sol caribeño.
No se trata de una huelga de trabajadores de comunales. Se trata de un servicio que funciona con tan poca frecuencia que deja montañas de desechos bloqueando incluso el tránsito en algunas calles alejadas de las zonas turísticas.
La imagen de la basura acumulada se suma a otras estampas cotidianas en Cuba: apagones prolongados, cortes de agua, hospitales en ruinas y mercados desabastecidos. El discurso oficial ya no niega estas carencias, pero tampoco ofrece soluciones concretas.
En su lugar, las autoridades se refugian en justificaciones repetitivas. Alegan que en otros países también hay basura, que las fallas son consecuencia del “bloqueo”, o que todo obedece a una coyuntura global.
El colapso económico cubano no es nuevo. Desde la década de los 90, cuando la desaparición de la Unión Soviética dejó a La Habana sin su principal sostén, el castrismo intentó medidas de apertura económica. Estas fueron a regañadientes, siempre bajo el prisma del control estatal. Aquella recesión dejó al descubierto lo que muchos ya señalaban: el carácter parasitario de un sistema que nunca fue autosuficiente.
Hoy, la situación es aún más crítica. La economía no alcanza a cubrir lo mínimo, a pesar de que trascendió públicamente que los militares guardan más de 18 mil millones de dólares en reservas. La “revolución” se aferra al discurso de la plaza sitiada. Así obtiene limosnas del extranjero y chantajea a sus aliados ideológicos, como México o Venezuela.
La evidencia del fracaso salta a la vista. Hace apenas unos días, hasta las Bahamas, un pequeño país de poco más de 400 mil habitantes, menos del 1% de la población cubana, tuvieron que donar leche en polvo a Cuba. Esto fue para suplir la ausencia de un producto básico en la canasta alimentaria de los niños.
El contraste es elocuente: mientras un Estado de partido único sigue levantando hoteles de lujo que pocos cubanos pueden pagar, las familias sobreviven entre apagones. También sufren colas interminables, basura en las calles y la dependencia creciente de remesas. Además, dependen de la explotación de médicos enviados al extranjero y de las migajas que aún entregan sus aliados.
Cuba, que alguna vez se quiso mostrar como modelo alternativo al capitalismo, es hoy la prueba viviente de una improductividad socialista. Esta ha convertido a una nación con recursos humanos y naturales en un país mantenido e incapaz de sostenerse por sí mismo.