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La gran farsa cubana y la liturgia del silencio

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Por Albert Fonse ()

Cuba ha sido durante décadas terreno fértil para el asistencialismo clerical importado. Sacerdotes y monjas extranjeros han llegado con sotana limpia y buenas intenciones, pero muchas veces han terminado funcionando como cortinas de humo de la dictadura. Alimentan, consuelan, abrazan y callan. A cambio reciben visas, protección y libertades que ni los curas cubanos disfrutan.

Mientras el pueblo grita por justicia, muchos de estos misioneros se limitan a repartir arroz y a repetir que el amor es más fuerte que el odio, y el régimen lo agradece, hace la foto y continúa. Cada saco de arroz se convierte en un muro contra la protesta.

Las órdenes españolas han estado entre las más activas. Paúles, Claretianos, Jesuitas, Franciscanos, Salesianos y Maristas se expandieron en Santiago, Camagüey, Holguín y La Habana, volcados en la labor educativa y social, cuidándose siempre de no incomodar a la mafia que los tolera.

Recibieron incluso reconocimientos que el castrismo exhibe como trofeo diplomático.

Desde México llegaron las Misioneras Guadalupanas del Espíritu Santo y la Sociedad de San Vicente de Paúl, siempre vigiladas y en voz baja. Misiones italianas como Franciscanas Misioneras, Salesianos italianos y ramas del Movimiento de los Focolares trabajaron en colaboración con Cáritas Cuba, bajo una estricta neutralidad. Desde Canadá, Development and Peace ha financiado programas junto a ONG permitidas por el régimen, en una complicidad envuelta en silencio.

Obediencia calculada

Cáritas Cuba alimenta, entrega medicinas y acompaña a ancianos. Es respetada por la gente, pero opera vigilada y sin voz política, convertida en vitrina de tolerancia para la mafia en el poder. Lo mismo ocurre con el Consejo Mundial de Iglesias, siempre cordial con los represores, centrado en condenar sanciones mientras ignora la persecución selectiva.

Pastores por la Paz, con sus caravanas coordinadas con el ICAP, repite el guion oficial, participa en actos centrales, pero jamás en una vigilia por los presos.

El mismo patrón se repite en otras comunidades religiosas. Los mormones lograron reconocimiento oficial en los 2000, hoy tienen congregaciones en varias ciudades y realizan ayuda humanitaria a través de LDS Charities, siempre agradecidos por cada permiso que reciben.

La comunidad judía, revitalizada por el American Jewish Joint Distribution Committee, obtiene alimentos, medicinas y renovaciones de sinagogas, agradeciendo al Estado la posibilidad de existir. La Iglesia Ortodoxa Rusa levantó la Catedral de Kazán y la Griega inauguró el templo de San Nicolás de Mira, con Raúl y Fidel en primera fila, recibiendo medallas de patriarcas como si fueran guardianes de la fe.

Incluso la comunidad islámica abrió su mezquita con apoyo turco, bendecida por el Partido bajo la condición de no incomodar. Todas sobreviven gracias a una obediencia calculada.

Persecución a los que alzan la voz

En Estados Unidos el escenario resulta todavía más vergonzoso. Maryknoll Fathers and Brothers, Hermanos de La Salle, Religiosas del Sagrado Corazón y sectores del National Council of Churches han defendido abiertamente el diálogo con los verdugos. No solo evitan criticar, promueven políticas que blanquean al opresor.

Lo vimos en 2023 y 2024, cuando en Nueva York, durante las visitas de Díaz-Canel, representantes de iglesias progresistas como United Church of Christ, Council of Churches, Interfaith Council for Peace and Justice y la Red de Solidaridad con Cuba hablaron de cooperación y entendimiento. De presos políticos, hambre planificada o represión contra sacerdotes y pastores, ni una palabra.

La dictadura necesita esas fotos como oxígeno. Las difunde como prueba de apertura y apoyo internacional. Muchos religiosos no perciben el papel que juegan, otros lo aceptan a conciencia.

Mientras tanto, sacerdotes valientes como Castor Álvarez en Camagüey, Alberto Reyes y Kenny Fernández, junto con pastores protestantes perseguidos, enfrentan interrogatorios, amenazas y aislamiento.

Ellos denuncian, no posan en recepciones, no reciben premios ni visas de cortesía. Pagan con su libertad la coherencia que otros venden por un pasaporte.

El superior jesuita David Pantaleón fue expulsado por negarse a domesticar la conciencia de sus hermanos, y dominicos como fray Lester Zayas o franciscanos menores han denunciado la miseria material y moral, pagando con prohibiciones y sanciones.

Cuba necesita voces limpias

La realidad es transparente: el régimen permite asistencia que baje la presión social, siempre que venga sin voz profética. Organismos ecuménicos repiten el discurso del diálogo mientras los represaliados acumulan cicatrices. Quien opta por la neutralidad absoluta termina legitimando la farsa. La foto con Díaz-Canel vale más que la homilía valiente de un sacerdote citado por la policía.

Cuba no necesita más silencios perfectos, necesita voces limpias que nombren al verdugo.

La mayoría de esos religiosos extranjeros reparten arroz, medicinas o ropa usada, pero callan el motivo real por el cual en Cuba falta todo. Se esconden en el asistencialismo, pero no proclaman la verdad de Dios que libera, ni alzan la voz frente al pecado estructural de la dictadura. Prefieren la comodidad de la neutralidad, convirtiendo la Palabra en un murmullo inofensivo, mientras el pueblo vive crucificado por la miseria planificada.

La gran farsa cubana sobrevive gracias a esa liturgia del silencio, pero terminará cuando la verdad deje de ser invitada incómoda y vuelva a ocupar el altar.

“Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo su rebelión.” (Isaías 58:1)

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