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Entre 1860 y 1870, en pleno corazón de Sicilia, un joven escultor canalizó su furia y su memoria en el mármol. Su nombre era Salvatore Grita.
La obra de Grita sería un testimonio brutal contra una práctica silenciosa y despiadada: el encierro forzoso de madres solteras en conventos, como si el amor o el error fueran crímenes.
Grita no hablaba por rumor, sino por herida. Había sido hijo de una madre adolescente, separada de su hijo por mandato social.
Creció entre muros de clausura, criado por monjas que, aunque bienintencionadas, no podían llenar el vacío del abandono impuesto.
Su respuesta no fue un manifiesto ni un panfleto… fue mármol. Una obra poderosa, feroz, devastadora: “Voto contra natura”.
En ella, Grita esculpió el dolor sin palabras de esas mujeres arrancadas de sus hijos, y la frialdad del sistema que las condenaba al silencio. Una figura desgarrada que denuncia, sin gritar, una injusticia callada por siglos.
Hoy, esta obra maestra puede contemplarse en el Palacio Pitti de Florencia. Ya no es solo arte: es memoria, es protesta, es una madre de piedra que aún llora lo que le fue arrebatado. (Tomado de Datos Históricos)