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Por Luis Alberto Ramirez ()

MIami.- Más de ciento setenta mil cubanos padecen hoy enfermedades virales contagiosas, atrapados en un sistema de salud que hace mucho dejó de ser referente y se ha convertido en un espejo roto del país. Miles de enfermos están ingresados en hospitales sin condiciones, mal atendidos, sin medicamentos esenciales y sin el más mínimo respeto a la dignidad humana.

La escena se repite en centros de salud de todo el país: pacientes depositados en pasillos, portales y cualquier hueco disponible, acostados en camillas improvisadas o colchones que parecen sacados de un basurero. A su alrededor, el hedor de las morgues saturadas de cadáveres es la silenciosa prueba del desastre que el régimen insiste en ocultar.

Cuba vive una crisis sanitaria de proporciones históricas, pero el gobierno actúa como si nada sucediera. La basura se acumula en las calles sin ser recogida durante semanas, convirtiendo a las ciudades en criaderos de mosquitos, ratas y cucarachas. Los vectores proliferan sin control, las aguas estancadas se multiplican y las condiciones de salubridad se han desplomado hasta niveles inimaginables.

La higiene nacional brilla por su ausencia, mientras la población no tiene electricidad estable ni acceso a agua potable. Y en medio de semejante caos, el régimen sigue exportando personal médico y mintiendo al mundo con su propaganda sobre una “potencia médica” que ya no existe ni como sombra.

El contraste entre el gran hotel y los alrededores

El contraste más descarado se observa en escenas como la del Hotel K del Vedado, donde desde hace más de dos semanas los vecinos carecen completamente de agua potable. El hotel, administrado por el Estado, simplemente se la ha desviado: mientras los residentes del barrio cargan cubos y cubetas como si vivieran en un campamento de guerra, dentro del lujoso edificio el agua caliente y fría fluye en abundancia. Son dos Cubas superpuestas: la Cuba real, sedienta; y la Cuba de propaganda, bañada en privilegios.

Pobreza a unos metros del Hotel K-23

La indignación creció aún más cuando un video reciente en redes mostró la leche normada que una madre había comprado para sus hijos: llena de larvas gigantes de mosquitos. Ni siquiera los alimentos destinados a los niños están salvos del deterioro absoluto del país. La leche, producto crítico que debería ser estrictamente protegido, es ahora un riesgo sanitario más.

Cuba se hunde y el mundo mira a otra parte

Con este panorama, no es exagerado afirmar que muchos cubanos viven en condiciones peores que las de algunas comunidades indígenas aisladas de la Amazonía. Sin servicios básicos, sin atención médica adecuada, sin alimentos seguros, sin instituciones que respondan al sufrimiento colectivo, la población se encuentra atrapada en una crisis que el régimen maquilla ante el mundo con la misma frialdad con que ignora a los enfermos tirados en los pasillos de sus hospitales.

La pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo tendrá que padecer Cuba para que exista una verdadera concientización internacional? ¿Hasta cuándo se permitirá que un pueblo entero, indefenso y agotado, sea sometido a una negligencia estructural disfrazada de revolución?

El mundo mira hacia otro lado mientras un país entero se desangra. Y cada día que pasa sin que haya una acción firme, Cuba se hunde un poco más en esta epidemia que no solo es viral: es una epidemia de abandono, de mentira y de impunidad.

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