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Por Javier Pérez Capdevila ()

Guantánamo.- Una economía anclada en los manuales del siglo XX no puede navehar por las tormentas del siglo XXI, porque el futuro exige audacia, no nostalgía, que es lo que hacen los que gobiernan en Cuba.

Con esta afirmación pongo al desnudo una paradoja crítica de nuestro tiempo: la persistencia de modelos económicos diseñados para realidades extintas, en un mundo donde la volatilidad geopolítica, la revolución digital y las crisis climáticas exigen respuestas ágiles y visionarias.

Los sistemas inspirados en paradigmas del siglo XX (como el centralismo estatal rígido), el proteccionismo autárquico o la dependencia monocultural, no solo evidencian obsolescencia teórica, sino que agravan vulnerabilidades estructurales.

La nostalgia por fórmulas pasadas, aunque arraigada en narrativas de resistencia o soberanía, se convierte en un lastre cuando obstruye la capacidad de adaptación a mercados globalizados, cadenas de valor interconectadas y demandas ciudadanas por eficiencia, derechos económicos y humanos.

El siglo XXI ha demostrado que las crisis son polifacéticas y simultáneas.

Por ejemplo, una pandemia colapsa el turismo (eje de muchas economías en desarrollo), la inteligencia artificial desplaza modelos laborales tradicionales y las sanciones internacionales estrangulan divisas.

Frente a esto, economías ancladas en manuales obsoletos como la dependencia excesiva de un sector primario no competitivo, la burocracia asfixiante para emprender o la resistencia a integrar monedas digitales, no solo fracasan en generar resiliencia, sino que profundizan desigualdades.

Cuba ilustra ese dilema

Mientras su modelo económico aún gravita alrededor de supuestos subsidios estatales y un sector externo asediado por el embargo estadounidense, la ciudadanía sobrevive mediante una economía informal pujante y las remesas, evidenciando un divorcio entre institucionalidad y realidad cotidiana.

La frase del lead no sugiere abandonar principios éticos o soberanía, sino rechazar la inercia ideológica que confunde identidad con inmovilidad.

Países que han transitado hacia economías mixtas (como Vietnam) demuestran que es posible combinar apertura comercial con control estratégico, atrayendo inversión sin ceder a dogmas neoliberales.

La audacia no implica imitar recetas ajenas, sino diseñar políticas basadas en diagnósticos rigurosos: diversificar exportaciones, fomentar MiPymes tecnológicas, descentralizar la toma de decisiones y crear marcos legales que protejan a los vulnerables y pobres sin ahogar la innovación.

La supervivencia depende de la anticipación

Criticar este contexto no es en absoluto negar el sentido del momento histórico, sino exigir responsabilidad ante un presente donde la supervivencia depende de anticipación.

Mientras el mundo avanza hacia economías verdes y circulares, insistir en modelos extractivistas o empresas estatales ineficientes es condenar a las nuevas generaciones a la migración forzada o la precariedad.

La nostalgia, en este sentido, no es solo un reflejo romántico; es un lujo que los ciudadanos de a pie no podés permitirnos.

Esta frase trasciende la crítica para ser un llamado a la reinvención pragmática: abandonar manuales que glorifican un pasado irrepetible y abrazar, en su lugar, una epistemología económica humilde, experimental y valiente. El futuro no perdona a quienes confunden lealtad a la historia con miedo al progreso.

Todo cuanto he dicho hasta aquí urge a los líderes y sociedades a entender que, en economía, el conservadurismo no es virtud, sino riesgo; y que la verdadera soberanía se construye con capacidad para transformarse sin perder el rumbo ético.

Cualquier incorrecta interpretación de este escrito o de su intención será el reflejo de la incompetencia de su receptor.

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