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La dictadura mata y eso sí duele

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Por Oscar Durán

La Habana.- Félix Lázaro Reinoso Rodríguez no murió. A Félix lo mataron. Lo asesinó la dictadura cubana, como ha hecho siempre con todo aquel que, por una u otra razón, termina siendo un estorbo para su maquinaria represiva.

El cinismo de la Seguridad del Estado no tiene límites. Nos quieren vender la patraña de que un muchacho, bajo custodia, esposado, con vigilancia permanente, se les “escapó” de la unidad policial y, mágicamente, terminó muerto tras lanzarse de un risco.

¿En serio? Ni el mejor guionista de Netflix se atrevería a escribir semejante basura argumental. Pero claro, en Cuba todo es posible cuando los verdugos escriben el guion y las víctimas no tienen derecho ni a la última palabra.

La familia de Félix sabe que lo torturaron. Lo saben sus amigos, lo sabe el barrio, lo sabe todo el que tenga dos dedos de frente. El cuerpo apareció con golpes, hematomas y señales que no se corresponden ni con una caída ni con ningún suicidio. Pero eso poco importa a la dictadura. Ellos tienen su versión oficial y el que se atreva a contradecirla, que se prepare para sufrir las mismas consecuencias.

Tampoco es casual que impidieran su velorio en su pueblo. No permitieron que la gente se despidiera. No permitieron que Jovellanos llorara a su hijo como merecía. Lo sepultaron a escondidas, como hacen los cobardes. Es el régimen, aunque se vista de Revolución, es, en esencia, un cartel de cobardes con uniforme verde olivo.

La muerte de Félix no es un hecho aislado. Es una mancha más en el expediente criminal de un régimen que lleva 65 años alimentándose del dolor ajeno, de la represión, de la muerte, del exilio forzado y de la miseria. Que nadie se equivoque: si hoy fue Félix, mañana puede ser cualquiera. En Cuba, la vida de un ciudadano vale menos que la última hoja del Granma.

Si alguien todavía duda de que vivimos en una dictadura asesina, basta con escuchar los testimonios de la familia de Reinoso. Basta con escuchar el llanto de su madre. Basta con ver cómo el régimen criminaliza hasta a los muertos y convierte el luto en otro acto represivo.

Por eso, que el mundo lo sepa: en Cuba no hay justicia. En Cuba, lo que hay, es muerte. Y mientras ese régimen exista, cada cubano seguirá caminando con el ataúd al hombro, sin saber si será el siguiente.

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