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La crisis sanitaria cubana no distingue edad ni rangos

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Por Yoandy Videaux

Guantánamo.- En Cuba, la muerte ha dejado de ser democrática para convertirse en un asunto de narrativa oficial. Cuando un joven pedagogo y diputado como Xavier Arrue Pinto muere víctima del dengue, el régimen no llora su pérdida sino que calcula el riesgo político de la verdad. Mientras su familia y alumnos lloran en el silencio opresivo de Guantánamo, los medios del gobierno escriben epitafios de cartón piedra que elogian su labor pero ocultan la causa de su muerte. El virus no entiende de méritos pedagógicos ni de cargos políticos, pero la maquinaria propagandística sí.

La crónica roja de esta crisis sanitaria se escribe con eufemismos que delatan la cobardía de un sistema enfermo de soberbia. Cuando un diputado de la Asamblea Nacional puede morir abandonado al dengue como cualquier ciudadano de a pie, debería sonar una alarma estratosférica. En cambio, suenan los teclados de los periodistas oficiales transformando una muerte prevenible en un «infarto fulminante» de conveniencia. El régimen no teme al virus, teme a la verdad que revela: ni siquiera sus propios cuadros están a salvo del colapso que ayudaron a crear.

Xavier Arrue Pinto no era un disidente. Era un hombre del sistema, un diputado que creyó en el proyecto revolucionario o al menos actuó como si creyera. Su muerte debería escandalizar a la nomenclatura hasta los cimientos, pero en su lugar la convierten en otro ejercicio de necropolítica. Si a él lo mató el dengue, ¿qué esperanza le queda al cubano de a pie que no tiene acceso a un policlínico privilegiado ni a medicamentos importados? El mensaje es claro: ni los suyos se salvan.

La necesidad de reconocer el desastre

El silencio oficial sobre las epidemias es tan letal como los mosquitos Aedes que las transmiten. Mientras el gobierno gasta recursos en montar escenarios para visitantes extranjeros, los cubanos mueren de enfermedades que el mundo eliminó hace décadas. No hay fumigación, no hay acetaminofén, no hay sueros intravenosos, pero sobran discursos sobre la «batalla ideológica». El dengue, el chikungunya y el zika campan a sus anchas por una isla que fue ejemplo sanitario en América Latina.

La muerte de un diputado por dengue debería ser el parteaguas, la noticia que obligue al régimen a reconocer el desastre y pedir ayuda internacional. Pero su lógica perversa prefiere sacrificar a sus propios cuadros antes que admitir el fracaso. El duelo de Guantánamo no es solo por un joven maestro ejemplar, es por el país entero que se desangra sin que nadie en el poder tenga la decencia de decir «basta».

Los virus no entienden de consignas revolucionarias ni de doble moral. No distinguen entre un opositor y un diputado, entre un humilde campesino y un miembro del Comité Central. Atacan sin preguntar carnet de militancia. La tragedia de Cuba no es solo la crisis sanitaria, sino la patológica incapacidad de sus gobernantes para decir la verdad aunque les vaya la vida en ello. Y literalmente, les va la vida.

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