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Por Luis Alberto Ramirez ()

En un acto reciente, la ministra de Comercio Interior de Cuba, Betsy Díaz Velázquez, celebró públicamente dos nuevos «logros» de la mesa cubana: las croquetas de plátano y un caldo base de pescado. Al escucharlo, muchos cubanos recordaron inmediatamente un sabor amargo, pero no el del caldo. Este sabor amargo era el del pasado que no termina de irse.

Y es que estas supuestas innovaciones culinarias no son otra cosa que una nueva vuelta al ciclo de la miseria impuesta. Aunque tienen diferentes nombres, mantienen la misma esencia. Lejos de representar la creatividad popular o una respuesta espontánea a la escasez, estas recetas recuerdan directamente a la pasta de oca, el cerelac, el picadillo de soya enriquecido y el infame “perro sin tripa”.

Ninguno de estos productos surgió del pueblo. Por el contrario, fueron parte de un paquete de imposiciones alimentarias diseñadas para maquillar la hambruna durante lo que Fidel Castro bautizó como «Periodo Especial en Tiempos de Paz».

Aquel eufemismo, empleado para nombrar una de las peores crisis económicas y sociales que ha vivido el país, no ha concluido jamás. Solo se ha reciclado, se ha disimulado con discursos y se ha perpetuado como una condena prolongada.

La represión llega hasta la cocina

Hoy, esa etapa oscura se recondimenta con apagones interminables y falta crónica de agua. Además, hay gallinas desaparecidas, tripas de cerdo inexistentes, y un zoológico imaginario compuesto por jutías, cocodrilos y avestruces. Estos solo existieron en los delirios oficiales.

Lo que se sirve en la mesa cubana no es solo escasez disfrazada de ingenio. También es represión cocinada a fuego lento. La represión se ha vuelto ingrediente esencial. Así, toques de queda no oficiales, vigilancia extrema, detenciones arbitrarias, y amenazas constantes aliñan la vida cotidiana del pueblo. Esta vida se convierte en una ensalada amarga de miedo y cárcel.

Las croquetas de plátano y el caldo de pescado no son recetas de salvación. Son símbolos del estancamiento, de un sistema que ha hecho de la escasez una política de Estado. Cada plato es una metáfora de la continuidad. Esta continuidad no es la que prometen en pancartas y discursos. Más bien, es la continuidad de la penuria, del engaño sistemático, de un pueblo forzado a sobrevivir con lo que no tiene.

El pueblo de Cuba no ha salido del Periodo Especial. La frase fue astutamente formulada para parecer transitoria, pero hoy, décadas después, sigue marcando el menú diario de millones. Fidel impuso una dieta de escasez, pero también una narrativa de resignación. La verdadera continuidad es esa: seguir sirviendo pobreza en bandejas con nombre nuevo, mientras se reprime cualquier intento de romper el ciclo.

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