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La cobardía es también una forma de gobierno

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Por Jorge Sotero ()

La Habana.- El amigo y colega Yeison Derulo se cuestiona los motivos por los cuales Miguel Díaz-Canel no esperó a Melissa en tierras orientales. Y yo tengo la respuesta, porque sé de las causas y los motivos, que dejaré por acá.

La razón, Yeison, es simple y no tiene que ver con logística ni con protocolos de seguridad: a Miguel Díaz-Canel le faltan huevos. Le faltan los de ponerse las botas y caminar hacia donde el viento arrecia, y sobre todo, los de pararse frente a la gente que ha perdido todo y mirarla a los ojos sin tener absolutamente nada que ofrecerle. No tiene alma de héroe, ni siquiera de actor convincente en ese papel. Su naturaleza es la de un burócrata de oficina con aire acondicionado, no la de un líder que se juega el físico en el barro de la tragedia.

Ver link: (https://elvigiadecuba.com/por-que-canel-no-estuvo-en-oriente-cuando-pasaba-melissa/)

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Por eso no fue. Está acojonado. Acojonado de los escombros que vuelan, de las miradas desesperadas y de las preguntas incómodas para las que no tiene respuesta. Mientras el oriente de Cuba se deshacía, él prefirió la seguridad de su burbuja habanera, supervisando la calamidad como si fuera un documental de National Geographic. Una pantalla es el escudo perfecto para quien le tiene pánico al olor de la gente sudada y asustada, al rugido de un pueblo que sufre de verdad.

Claro que irá. Lo hará hoy o mañana, cuando las autoridades locales ya hayan barrido el barro del asfalto y preparado el recibimiento. Llegará con su comitiva, a un lugar previamente esterilizado de peligros y de verdades incómodas. Lo rodearán militantes seleccionados y esas viejas que se erizan cuando lo ven, dispuestas a vitorear al líder que apareció cuando ya todo había pasado. Será un acto político, una foto vacía, un montaje para el noticiero de la noche donde simulará una solidaridad que no sintió cuando era necesaria.

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No fue porque, en el fondo, sabe que su presencia en el momento crítico no sirve de nada. No puede prometer casas porque no hay materiales, no puede garantizar la luz porque el sistema está colapsado, y no puede ofrecer comida porque no hay. Llegar con las manos vacías en el peor momento es un ejercicio de humillación pública, y su orgullo de burócrata no se lo permite. Prefiere la ficción de la ayuda organizada desde la distancia a la cruda realidad de su impotencia frente a los damnificados.

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Su valor es el del cálculo, no el del corazón. Es el valor de quien manda a otros a apagar los incendios mientras él estudia los informes. Gobernar por videollamada es la confesión última de un poder desconectado, que prefiere el streaming a la calle, el dato filtrado al gemido directo. Un presidente que no suda, que no se moja, que no se mancha, es un presidente que ya ni siquiera finge compartir la vida de aquellos a los que dice representar.

Al final, todo se reduce a esto: Díaz-Canel no fue al oriente porque no le sobra valor, le sobra realidad. Sabe que el país que gobierna por decreto no es el mismo que se ahoga bajo la lluvia. Y en ese abismo, prefiere quedarse en la orilla donde los aplausos se compran y las sonrisas se ensayan. La cobardía, al fin y al cabo, también es una forma de gobierno.

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