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Por Redacción Nacional
La Habana.- Cuba se prepara para homenajear a su gran patriarca, ese al que todavía llaman “líder histórico”, como si la historia no hubiese sido suficientemente clara. El régimen ha lanzado un programa de actividades que se extenderá desde el 13 de agosto de 2025 hasta el 4 de diciembre de 2026, para celebrar los 100 años del nacimiento de Fidel Castro. Un año y pico de besamanos, murales reciclados, discursos reciclados y muchísima hipocresía institucional.
El anuncio se hizo en el X Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, donde cada palabra que se pronuncia es una mezcla de letanía soviética y delirio mesiánico. Marydé Fernández, vicejefa del Departamento Ideológico, dijo que esto busca “reflejar el hondo sentimiento de gratitud del pueblo cubano”. ¿Gratitud? ¿A quién? ¿A ese que convirtió a la isla en un campo de entrenamiento de pobreza y represión? ¿A quien implantó el “hombre nuevo” a golpe de paredón y delaciones?
No hay que ser experto en semiótica para ver que este programa no es más que una operación de blanqueo histórico, un maquillaje forzado a un cadáver político que el pueblo no ha dejado de cargar ni un solo día desde 1959. Pero ahora lo quieren volver a vestir de héroe pedagógico para que los niños repitan en las escuelas lo que ni sus padres creen.
Hablan de convertir cada comunidad, escuela y centro laboral en una especie de altar ideológico. ¿Saben qué significa eso en la práctica? Más actos escolares inútiles, más carteles sin tinta, más discursos sin comida. Dicen que será una “celebración de pueblo”, pero ya sabemos que eso, en jerga castrista, significa “movilización obligatoria con merienda de pan con pasta y guayabita con cloro”.
El academicismo del programa, con cátedras, reediciones y simposios, no es más que el envoltorio de siempre. Van a imprimir libros con tinta prestada por Maduro, van a hacer eventos donde los ponentes hablan para sí mismos, y van a repetir que Fidel fue el faro del continente, mientras en la esquina del barrio alguien se muere sin antibióticos.
Elier Ramírez Cañedo, otro teórico con carnet del PCC, dice que el centenario “no será solo una cuestión de grabación histórica, sino un motor impulsor para transformar la realidad”. Eso sí que es un chiste malo. Querer transformar la realidad con citas de Fidel es como pretender curar un infarto con manuales del Che.
¿Y los jóvenes? Los quieren convertir en “la generación del centenario”. Una frase que suena épica, pero que no significa nada. Una generación sin luz, sin leche, sin fe, sin pasaporte, sin perspectivas. Los jóvenes no quieren ser herederos del pensamiento de Fidel; quieren ser herederos de algo distinto: una vida con libertad. Pero no se los permiten. Les tiran esta propaganda en la cara como si eso fuera pan.
Este no es un programa de homenaje. Es un acto de necrofilia ideológica. Una manera de seguir vendiendo al mundo una revolución que se murió hace décadas, pero que insisten en hacer desfilar como un zombi con uniforme verde olivo.
Hablan de preservar el legado de Fidel. La pregunta es: ¿cuál legado? ¿El de la libreta de racionamiento? ¿El del éxodo perpetuo? ¿El de los homosexuales en UMAP? ¿El de la censura? ¿El de los fusilamientos “revolucionarios”? ¿Cuál de todos esos horrores quieren inmortalizar?
Si este centenario tuviera un mínimo de honestidad, sería el momento de pedir perdón, no de seguir aplaudiendo. Pero pedir perdón nunca ha sido parte del libreto revolucionario. En cambio, sí lo ha sido reescribir la historia, fabricar memoria, maquillar fracasos.
Que celebren, entonces. Que pongan canciones, que impriman panfletos, que se abracen y se autoproclamen herederos de la luz. Mientras tanto, el pueblo —ese que dicen representar— estará intentando sobrevivir, como siempre, entre apagones, colas y remesas. Esa, y no otra, es la verdadera herencia del Comandante.