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La basura llega hasta el turismo, la locomotora de la economía

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Por Anette Espinosa ()

Fotos: Frank White

La habana.- En esta capital, la gente ha aprendido a esquivar montañas de desechos con la misma naturalidad con la que esquiva los baches. La basura se ha vuelto parte del paisaje urbano, un mobiliario más de la ciudad, un recordatorio constante de que algo se rompió y nadie sabe muy bien cómo arreglarlo.

Pero lo que antes era un problema de calles y solares yermos -solo de esos lugares-, ahora ha saltado la maleza, ha cruzado la carretera y se ha tirado de cabeza al mar. La crisis de la recogida de basura ya no es solo un asunto de quienes viven aquí; es un espectáculo para quienes llegan.

Las playas, esos lugares que en cualquier cartel de propaganda parecen pedazos del paraíso, se han convertido en el nuevo vertedero. No todas, claro. Las playas casi privadas, las pertenecientes a los hoteles, se salvan. Cercadas, vigiladas por guardias de seguridad que no son custodios de la arena sino centinelas contra la miseria local, mantienen su arena impecable para el turista extranjero que paga en euros. Allí el cubano común no entra. O entra con una complejidad de gestiones que convierte un día de playa en una odisea administrativa.

Imágenes desoladoras

Mientras, a solo unos kilómetros de esos resorts asépticos, playas como El Mégano, en el litoral noreste de La Habana, ofrecen una imagen desoladora. La arena, que debería ser dorada, está salpicada de latas oxidadas, botellas de plástico rotas, restos de espuma de poliuretano y desechos de comida que el mar devuelve con desdén.

Es el lugar al que acuden quienes no tienen alternativa, los que se las ingenian para llegar en camiones destartalados o almendrones sobrecargados, buscando un respiro que el entorno inmediato se encarga de negar.

El contraste no podría ser más cruel. Muestra la fractura de un país donde la industria que debería salvar la economía, el turismo, se sostiene en islas de artificial pulcritud, rodeadas por un océano de abandono. La locomotora económica avanza por una vía cuyos alrededores están inundados de inmundicia. El mensaje es claro: la limpieza y el orden son lujos reservados para quien puede pagarlos en divisa fuerte, un bien de consumo más en la economía segmentada de la isla.

La mancha de la basura

El problema, al final, es que la basura en la playa no es solo un asunto estético o medioambiental. Es económico. Ahuyenta al turista más modesto, el que se alquila una casa particular y se aventura fuera del circuito todo incluido.

La basura mancha la imagen de marca de Cuba en el mundo, justo cuando más lo necesita. La postal del paraíso caribeño ahora tiene, en muchos de sus bordes, el sello indeseable de la negligencia y el colapso de los servicios más básicos.

Así, la marea de desechos que inunda las calles ha llegado finalmente a la orilla. Ya no es solo un problema de los cubanos para los cubanos. Es un espectáculo para el mundo. La basura ha logrado lo que tantas gestiones no han podido: llegar hasta la supuesta gallina de los huevos de oro y ensuciar el nido.

Ahora, el mar, testigo de todo, devuelve a la costa no solo algas y caracoles, sino el reflejo de un país que se descompone a pedazos, a la orilla misma de su principal sueño de prosperidad.

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