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Por Robert Prat ()
Miami.- El comité de vigilancia interno de las Grandes Ligas ha dictado su primer veredicto. Ante el escándalo que salpica a los lanzadores Emmanuel Clase y Luis Ortiz, acusados de amañar lanzamientos para beneficiar a apostadores, el comisionado Rob Manfred ha optado por una defensa cerrada del statu quo. Su argumento, esgrimido tras las reuniones de propietarios, se sostiene sobre una fe inquebrantable en sus sistemas de supervisión.
«La capacidad de detectar patrones inapropiados es fundamental», declaró, presentando la vigilancia como un antídoto suficiente contra la corrupción. La liga, en su opinión, está «preparada para seguir adelante» sin nuevas reglas, depositando toda su confianza en la eficacia de sus algoritmos y en las recientes restricciones autoimpuestas por las casas de apuestas, que él califica de «cambio realmente significativo».
Mientras Manfred proyectaba calma, el escándalo sigue su curso en dos frentes explosivos. Por un lado, la investigación interna de la MLB, que podría terminar en la suspensión de por vida para Clase y Ortiz. Por otro, una investigación del Comité del Senado, que ya ha enviado una carta a la oficina del comisionado advirtiendo sobre una «nueva crisis de integridad».
Manfred se comprometió a cooperar, pero el mensaje del Capitolio es claro: el deporte está bajo la lupa, y la permisividad de la liga hacia las apuestas «proposition» —esas microapuestas sobre eventos específicos dentro de un partido— es vista como un riesgo sistémico que trasciende el caso de Cleveland.
Este terremoto amenaza con empañar el momento de mayor auge comercial del béisbol en años. Manfred se jactó de que «el negocio está en un gran momento», citando los altos índices de audiencia y una Serie Mundial electrizante. Sin embargo, la sombra de las apuestas se cierne sobre este panorama idílico. La legitimidad del producto deportivo, el activo más valioso de la liga, está siendo cuestionada justo cuando más lucrativo se había vuelto.
Más allá del escándalo inmediato, Manfred afronta otra batalla de fondo: la inminente negociación del convenio colectivo, que expira en diciembre de 2026. El comisionado dejó claro que su prioridad absoluta es evitar otra huelga, un fantasma que ha perseguido a su mandato. «Nunca se ha perdido un solo juego y mi objetivo es que éste próximo se lleve a cabo», afirmó. Sin embargo, el tema del equilibrio competitivo, la queja perpetua de los equipos de mercados pequeños, promete ser la piedra de toque de unas negociaciones que ya están sobre la mesa.
En un abanico de anuncios menores, Manfred abordó desde el progreso de las reparaciones del Tropicana Field tras el huracán Milton hasta el interés esperado en la venta de los Padres. Pero estos asuntos operativos palidecen ante la tormenta perfecta que se avecina: la credibilidad del juego puesta en duda por las apuestas y la paz laboral en el horizonte. La fe de Manfred en la supervisión tecnológica se enfrentará pronto a la prueba definitiva: la del escrutinio público, la del Senado y, quizás la más dura, la de los aficionados que exigen un juego limpio.