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Por Max Astudillo ()
La Habana.- Los gobernantes cubanos prometieron que este julio sería diferente, que el verano no traería más apagones que brisas cálidas. Pero el Sistema Eléctrico Nacional (SEN), siempre tan rebelde, decidió ignorar los guiones oficiales y escribir su propia tragedia: tres días con más de 2000 MW de déficit, cifras que suenan a récord olímpico en un país donde la luz se va más que los turistas.
La Unión Eléctrica (UNE) ya no anuncia cortes; simplemente certifica que Cuba es un territorio donde la electricidad es un lujo esporádico, como el pollo o la dignidad.
El martes 22 de julio, el déficit alcanzó los 2054 MW, suficiente para dejar a media isla a oscuras mientras La Habana intentaba explicar que el problema era «la patana de Melones» y no, digamos, décadas de incompetencia.
En Camagüey, una mujer relataba cómo su refrigerador —ese artefacto revolucionario que ahora sirve más como horno solar— había convertido su comida en un experimento bacteriológico. «Tres noches sin dormir», decía, como si el insomnio fuera un impuesto más. La UNE, en su eterno optimismo, llamó a esto «afectación no coincidente con la hora pico». Los cubanos lo llaman «vivir en el infierno».
El domingo 20 de julio, otro récord: 2007 MW de déficit, gracias a que la patana de Melones decidió que el combustible era un capricho burgués. Mientras, en Santiago de Cuba, los termómetros marcaban 35°C y los ventiladores parecían piezas de museo.
El gobierno insiste en culpar al embargo, pero hasta el sol —que sí trabaja gratis— parece cansado de tanta excusa: los parques solares fotovoltaicos aportan solo 478 MW, una gota en un océano de oscuridad.
El 15 de julio ya había sido histórico: 2020 MW de déficit, con las termoeléctricas de Mariel y Nuevitas jugando al escondite con el combustible. Los apagones ya no son emergencias; son rituales. Por la mañana, el café se toma tibio; por la noche, las calles se iluminan con linternas de celulares. Y mientras, los burócratas repiten como mantra: «Es temporal». Llevan diciéndolo desde que el Che usaba boina.
Lo más irónico es que julio era el mes en que las autoridades juraron que «no faltaría la corriente». Pero en Cuba, las promesas oficiales tienen la misma vida útil que un helado al mediodía. Ahora, el verano se mide en horas sin luz, en comida podrida, en noches en vela. La UNE habla de «mantenimientos» y «averías», pero nadie menciona la única palabra que explica todo: fracaso.
Mientras tanto, los cubanos hacen cola para lo que sea: pan, medicinas, wifi, o un pedazo de sombra. Y los gobernantes, desde sus oficinas con generadores, siguen repitiendo que «lo peor ya pasó». Claro, para ellos. Porque en el resto de la isla, julio no es un mes: es un apagón con playa.