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Redacción Nacional
Nacido el 6 de julio de 1858 en Sancti Spíritus, José Miguel Gómez fue un militar, líder independentista y político que gobernó Cuba entre 1909 y 1913. Se convirtió en el segundo presidente de la República. Su mandato estuvo marcado por la prosperidad económica, el clientelismo político y los escándalos de corrupción. Esto le valió el apodo de «Tiburón», por su habilidad para navegar en las aguas turbulentas de la política cubana.
Gómez se unió a la lucha independentista desde el Grito de Baire (1895) y alcanzó el grado de mayor general del Ejército Libertador bajo las órdenes de Máximo Gómez (sin parentesco). Tras la intervención estadounidense y la ocupación militar (1898-1902), se integró a la vida política como parte del Partido Liberal, rival del Partido Moderado de Tomás Estrada Palma.
Su ascenso fue rápido: gobernador de Santa Clara (1901-1905) y vicepresidente bajo José Miguel Gómez (1905-1906). Después de la Guerrita de Agosto (1906) —una revuelta liberal contra la reelección fraudulenta de Estrada Palma—, se convirtió en una figura clave. Esto ayudó a pacificar el país bajo la segunda intervención norteamericana (1906-1909).
Gómez llegó al poder con un discurso de unidad nacional y progreso. Sin embargo, su gobierno pronto se vio salpicado por escándalos de malversación de fondos, especialmente en la Lotería Nacional y en contratos públicos. Aun así, su administración impulsó obras de infraestructura, como el Malecón habanero. Además, mantuvo una economía boyante gracias a los altos precios del azúcar.
Uno de los episodios más oscuros de su mandato fue la masacre de los Independientes de Color (1912). Fue una brutal represión contra el Partido Independiente de Color (PIC), un movimiento de veteranos negros que luchaban contra la discriminación racial. Gómez ordenó una feroz campaña militar que dejó miles de muertos. Esto consolidó su imagen como un líder pragmático y despiadado cuando se trataba de mantener el poder.
Tras dejar la presidencia, Gómez intentó volver al poder en 1916, pero perdió frente a Mario García Menocal. Años después, en 1921, fue condenado por malversación, aunque nunca llegó a cumplir prisión. Murió el 13 de junio de 1921 en Nueva York, donde se había exiliado temporalmente.
Hoy, su figura sigue siendo polémica: para algunos, un caudillo corrupto; para otros, un estadista pragmático que supo navegar los primeros años de una República marcada por la inestabilidad. Lo cierto es que su apodo, «Tiburón», le quedó perfecto. Siempre estuvo en movimiento, siempre oliendo sangre en el agua política cubana.