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John Colter: una carrera por la vida

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Montana, otoño de 1808. El explorador John Colter pensó que sería solo otra expedición más. Junto a un compañero, descendía tranquilamente por el río en una canoa. No sabían que estaban a punto de cruzar la línea entre la aventura y la supervivencia.

Habían entrado en territorio de los Blackfoot, uno de los pueblos nativos más temidos de la región. En cuestión de minutos, fueron rodeados por decenas de guerreros. El compañero de Colter cometió un error fatal: disparó. No vivió para ver el final del día.

Pero a Colter no lo mataron.

Decidieron divertirse. Le arrancaron la ropa, lo desnudaron por completo y lo soltaron, como si fuera una presa. “Corre”, le dijeron. Y él corrió. Corrió con el terror trepándole por la espalda. Cuatro kilómetros a campo abierto, descalzo, sin comida ni agua, con la muerte pisándole los talones.

Solo uno logró alcanzarlo. Iba con una lanza. Pero falló. Colter la tomó con manos temblorosas y mató al guerrero. Luego siguió corriendo. Se escondió en una madriguera de castor, cubierto de barro y sangre, donde pasó horas sin moverse, apenas respirando.

Cuando cayó la noche, nadó 8 kilómetros por el río. Pensó que estaría a salvo. No lo estaba. Los Blackfoot no se habían rendido.

Solo había una salida: un paso entre montañas que quizás no estuviera vigilado. Para llegar, debía cruzar la nieve, sin abrigo, sin armas, sin zapatos. Lo hizo.

Después, caminó once días sin descanso, sin rumbo exacto, hasta que su cuerpo cayó ante las puertas del Fort Raymond, casi muerto.

Pero estaba vivo.

Y cuando lo vieron entrar, cubierto de lodo, con los pies destrozados y los ojos llenos de furia, supieron que estaban ante un hombre que había vencido a la muerte corriendo.

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