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Por Max Astudillo ()

La Habana.- En el gran teatro de la propaganda, el Partido Comunista de Cuba no siempre despliega a sus astros más brillantes. A menudo, en la trinchera humilde de un periódico provincial, encuentra a sus peones más dóciles: hombres cuya irrelevancia personal es el activo más valioso.

Joel Mayor, subdirector de El Artemiseño, encarna este arquetipo a la perfección. Un pobre diablo cuya vida es un catálogo de miserias prosaicas —amores fallidos, trabajos múltiples que apenas sostienen una existencia gris, la certeza de la infidelidad como única compañera— es justo el perfil que el aparato ideológico necesita para lanzar sus dardos más patéticos.

¿Qué mejor soldado que aquel que no tiene nada que perder, ni un ápice de dignidad propia que proteger, para emprenderla contra un medio que, al menos, se atreve a nombrar la realidad que él padece?

Este hombre, cuya existencia es una derrota anunciada, se erige en fiscal de El Toque con el argumento risible de la manipulación cambiaria. Joel Mayor asegura haber visto “subir el precio del dólar a razón de cinco pesos diarios” sin un detonante aparente, como si la tasa de cambio obedeciera a los humores de un blog y no al colapso estructural de una economía. Ver texto de Joel Mayor: (https://artemisadiario.cu/2025/11/no-escuchar-el-toque/)

Su lógica es la del brujo que cree dominar la tormenta con sus danzas. En su desesperación por hallar un chivo expiatorio, pasa de largo ante los verdaderos arquitectos de la ruina: la gerontocracia inmovilista que, durante décadas, ha gestionado el país hacia el abismo, y cuya incompetencia es el verdadero motor de toda especulación. Joel prefiere disparar contra el mensajero que reconocer que el incendio lo empezaron sus amos.

Servilismo patético y predecible

La máscara de su pretendido análisis se le cae cuando, con soberbia ingenuidad, pregunta “¿Quién los acreditó para medir diariamente los flujos de precios?”. La respuesta, Joel Mayor, es tan simple que hasta un hombre con cinco trabajos debería entenderla: la acreditación nace del fracaso monumental del Estado que defiendes. 

El Toque no surgió por generación espontánea, sino para llenar el vacío abismal dejado por las estadísticas oficiales, esas que mienten más que un marido sorprendido in fraganti. Tu indignación no es por la metodología, sino porque alguien osa proveer la información que tu patrón se niega a dar, destapando la olla de la miseria planificada.

Es en el giro lacayuno donde Joel Mayor alcanza su cota más baja, acusando a El Toque de recibir “dinero del gobierno de Estados Unidos” y de sumarse a una “guerra mediática”. Este es el guion escrito en el departamento Ideológico de Plaza de la Revolución: el eterno recurso al “enemigo exterior” para explicar los fracasos domésticos.

Mientras Joel se desvive por señalar una supuesta conspiración foránea, besa el anillo de los verdaderos culpables, aquellos que, desde sus cómodos despachos, han convertido el “bloqueo” en el telón de fondo perfecto para justificar su propia incapacidad y su férreo control sobre una población exhausta. Su servilismo es tan patético como predecible.

Joel, las campanas tañen por ti

Resulta casi cómico que este paladín de la verdad oficial, cuyo mundo se reduce a los dictados de un comité provincial, se presente como defensor del “bolsillo de los cubanos”. ¿Qué sabe Joel Mayor del bolsillo del cubano, si él mismo es un esclavo asalariado del mismo sistema que empobrece a todos?

Su vida es la prueba viviente de que la lealtad al Partido no se paga con prosperidad, sino con más trabajos, la misma escasez de siempre y una miseria que cargará hasta su muerte. Su ataque es el gruñido de un perro cadenero: ruidoso, pero intrascendente, destinado a ganarse la ración del día a cambio de morder las pantorrillas de quienes sí intentan alumbrar el camino.

Al final, el triste espectáculo de Joel Mayor y su columna en El Artemiseño no es más que el estertor de un aparato ideológico en descomposición. Ya no pueden convencer con argumentos, así que movilizan a sus peones más incapaces, a aquellos cuya única virtud es una fidelidad nacida de la miseria personal.

Que un hombre tan fracasado en su vida íntima se erija en juez de la credibilidad ajena es la metáfora perfecta de un régimen que ha agotado su capital moral. Sus campanas, Joel, no anuncian incertidumbre; tañen por el fin de tu propio mundo, un mundo donde hombres como tú son solo comparsas desechables en una función que ya nadie quiere ver.

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