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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Cuando se acabó la Segunda Guerra Mundial, Japón estaba destruido. El régimen militarista nipón llevó al país a la ruina absoluta y nadie esperaba que en unos años pudieran darle la vuelta a la situación.
No solo fueron arrasadas las ciudades de Hiroshima y Nagasaki por aquellas dos bombas nucleares que le arrebataron la vida a cientos de miles de personas. Tokio no fue víctima de uno de aquellos artefactos mortíferos, porque los bombardeos diarios ya la habían convertido en escombros.
Japón se rindió el 15 de agosto de 1945 y menos de dos décadas después su capital acogió los Juegos Olímpicos, los correspondientes a la XVIII Olimpiada, una sede que no se la dieron unos meses antes, sino años.
Incluso, en 1958, solo 13 años después del fin del conflicto bélico, el país fue sede de los Juegos Asiáticos.
Los nipones, que se habían ganado la sede de los Juegos de 1940 -suspendidos por la Guerra-, no solo organizaron la lid, sino que ganaron 29 medallas, 16 de ellas de oro.
Y ahora me preguntarán qué objetivo tiene todo este sermón sobre los japoneses, la Segunda Guerra Mundial y los Juegos Olímpicos. Y solo quiero decirles que es un mensaje para aquellos que son pesimistas sobre el futuro de Cuba, una vez caído el castrismo.
Desde hace muchos años, el castrismo sembró un slogan entre los cubanos. «esto no lo arregla nadie, pero tampoco lo tumba nadie». Con eso crecimos muchos y con aquellos mensajes de que la revolución era eterna y no sé cuántas mentiras más.
Ahora, lo que un día fue la revolución, se tambalea. Amenaza con caerse sola, sin que nadie la golpee desde fuera y sin que nadie, incluso, la reviente por dentro. Se va a caer un día, cuando los dirigentes se den cuenta de que no pueden seguir.
Ese día, unos tomarán un avión a Italia, otros llamarán a México, a Venezuela o a Rusia para saber si pueden exiliarse, y los cubanos nos quedaremos para enfrentar lo que viene. Y lo que viene no será fácil, pero tampoco imposible de resolver.
Hay que pensar que si los japoneses, sin recursos -como los cubanos-, sin minerales -como nosotros- y sin petróleo -también como los de acá- lo hicieron, por qué nuestra isla no puede salir adelante.
Tenemos que salir de este bache. Hay que reconstruir La Habana y cada pueblo de Cuba. También tenemos que edificar cientos de miles de casas, hacer carreteras y aeropuertos nuevos, y transformar el ferrocarril. Tenemos que abrirnos al mundo.
Antes, es necesario tener un gobierno legítimo, una Constitución que atraiga a los inversionistas foráneos y a los cubanos desde el extranjero.
No podemos mirar a Haití, un país próspero y destruido desde que aquella revolución de hace más de dos siglos, que impuso la violencia como ley y que ha convertido a la parte oriental de La Española en un lugar ingobernable.
Tenemos que mirar a Japón. Si ellos lo hicieran, lo haremos nosotros. Ya sé de la mentalidad de los japoneses, de su laboriosidad, de su dedicación y su vocación de sacrificio. Pero recuerdo que Cuba fue un país noble, próspero y lindo antes de caer en manos de la tiranía de los Castro.
No nos dejemos amedrentar con aquello de que a Cuba no hay quién la arregle, ni hagamos caso a quienes dicen que no hay quién tumbe al gobierno. Ambas cosas ocurrirán y Cuba volverá a ser la perla de las Antillas.