Enter your email address below and subscribe to our newsletter

HE ESTADO PENSANDO EN… UNA HISTORIA QUE ME INSPIRA

Comparte esta noticia

Por P. Alberto Reyes Pías ()

Camagüey.- Hace unos años, en la ciudad de Camagüey, una señora entró a una iglesia, se sentó en el último banco, y se echó a llorar. El sacerdote la vio y se sentó a su lado.

-Padre –le dijo la mujer- hace cuarenta años que me fui de esta iglesia, y es la primera vez en ese tiempo que he vuelto a entrar. Yo quiero regresar, pero no sé si todo lo que he hecho tendrá perdón.

El sacerdote, por toda respuesta, señaló el crucifijo y le dijo:

-Señora, ¿cómo tiene los brazos el Cristo? Lleva cuarenta años esperándola para darle un abrazo.

No tengo más datos sobre esta historia. ¿Hermoso? Sí. ¿Improvisado? No, imposible. Nadie toma una decisión de tal magnitud de repente. Tiene que haber existido un momento, mucho antes de atravesar el umbral de la iglesia, en que la necesidad de volver a retomar un camino de fe empezó a rondar la mente y el corazón de esta mujer.

Tiene que haber existido un proceso en el cual, poco a poco, dentro de ella, fueron rompiéndose las barreras que ella misma se había puesto. También tiene que haber existido un diálogo interno, largo, tal vez amargo, que la llevó a replanteárselo todo: el pasado, el presente y el futuro, un diálogo que la hizo libre y la reconcilió con lo más profundo de sí.

Hacer proceso

Nosotros somos un pueblo que quiere muchas cosas, y son cosas muy válidas: queremos libertad, queremos justicia, horizontes, progreso, autodeterminación como sociedad civil… queremos el fin del miedo, de la represión, del bloqueo interno que tiene a nuestra patria sumida en una parálisis cada vez más profunda. Ansiamos retomar los ideales de sociedad que siempre nos acompañaron, incluso cuando veíamos enraizarse un sistema totalitario y castrante.

Queremos, pero ¿estamos haciendo un proceso que nos permita atravesar las puertas hacia esa libertad, esa justicia, esa prosperidad que están dispuestas a darnos su abrazo?

Hacer proceso es atrevernos a decir la verdad en todas partes, y no sólo de puertas hacia dentro; es respetar la opinión diferente, que no impide decir “no estoy de acuerdo” pero que no se lanza al ataque vulgar y ofensivo que niega al otro su derecho a expresarse.

Hacer proceso es experimentar la decisión del “no”, que reconoce el derecho propio a no
involucrarse en apoyos políticos que, en realidad, no queremos dar. También hacer proceso es aprender a solidarizarse con aquel que es víctima de injusticias, de abuso, de represión, simplemente porque no hacerlo es dejar fluir el mal, es perpetuar un esquema social que no queremos ni para nosotros ni para nuestros hijos.

Hacer proceso es entrenarse en perdonar y dialogar. Hacer proceso es intentar existir ya en la Cuba que hoy soñamos.

Decía San Agustín: “el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Y parafraseando al santo, creo que podemos decir a la gran mayoría de nuestro pueblo: “la dictadura cubana, que se hizo sin ti, no cambiará sin ti”.

Deja un comentario