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Por P. Alberto Reyes (Especial para El Vigía de Cuba)
Camagüey.- Este 2 de julio, mucha gente fue invitada a celebrar el día de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, en la casa del embajador Mike Hammer. Sin embargo, el régimen realizó un espectacular despliegue represivo para impedir que periodistas, activistas, opositores, familiares de presos políticos… pudieran asistir a este evento.
Se ha dicho que daba la impresión de que el Gobierno cubano ha considerado esta celebración como si fuera una amenaza, pero es que, en realidad, reunirse en La Habana para celebrar el día de la Independencia de los Estados Unidos es, ciertamente, una amenaza.
¿Por qué?, por un motivo muy simple: un evento así fecunda la esperanza, un evento así permite el encuentro entre personas que sueñan que una Cuba distinta es posible, un evento así vivifica el espíritu y permite seguir creyendo que Cuba puede amanecer un día bajo la luz de la libertad.
Porque si algo ha intentado este sistema a lo largo de más de 60 años es matar la esperanza de este pueblo, intentando grabarle en los tuétanos que este sistema es inamovible y que no hay salida posible.
No nos enseñaron en la escuela que “el mundo camina inexorablemente hacia el comunismo” y que, una vez instaurado como sistema ya no es posible dar marcha atrás? Y lo creímos, hasta que se desplomó el muro de Berlín y con él otros tantos muros y toda esta mentira.
Somos un bosque hermoso continuamente talado, que retoña una y otra vez, que reverdece aquí y allá, mientras nos siegan de un modo implacable, porque tanto aquellos que talan, como aquellos que mandan a talar, saben que lo único que puede hacernos reverdecer es la esperanza, la convicción profunda de que esta pesadilla puede tener un fin, de que vivir en la miseria y el miedo no será nuestro futuro, que la represión, la cárcel, la falta de libertad, el insulto a nuestra inteligencia, el estrangulamiento de nuestra voz… no durará para siempre.
Este despliegue intimidatorio era lo esperado, más aún ahora que tenemos en el horizonte cercano el aniversario del día en que este pueblo se atrevió a mostrar su voz y su coraje, algo que los taladores nunca vieron venir, algo que los tomó por sorpresa, porque pensaron que habían logrado desterrar la esperanza, cuando deberían saber que eso no es posible.
Por eso, al inicio, desconcertados, fueron erráticos, hasta que eligieron el camino de la violencia despiadada, con aquella frase que ya, para siempre, pesará como una condena sobre todos ellos: “¡La orden de combate está dada!”.
Y ahora, le temen a la esperanza, y a todo acto, por mínimo que sea, que les recuerde que la esperanza no sólo está viva sino que, allí donde ellos no pueden llegar, en ese santuario recóndito que es el alma, la esperanza existe, habla, sugiere, anima, y espera, porque no dejará de mover a este pueblo hacia la libertad que añora, hacia la existencia que se merece.