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He estado pensando en… cómo nos domesticaron, y podrían volvernos a domesticar (V)

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Por Padre Alberto Reyes Pías ()

La vulgarización

Camagüey.- Si a un niño español, o argentino, alguien le dijera, con todo el ímpetu posible: “¡Pioneros por el comunismo!”, el niño se le quedaría mirando perplejo, sin saber qué decir. Pero a todo cubano crecido en la isla ya le ha venido a la mente la respuesta: “¡Seremos como el Ché!”.

Según Goebbles, ministro de propaganda nazi, en un sistema totalitario, la propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Así, cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño debe ser el esfuerzo mental a realizar.

Es el principio de la vulgarización, que no significa el uso de un lenguaje grosero, sino de un lenguaje simplificado al extremo para que el “vulgo” o “la masa” no tenga que pensar, sino sólo sentir y repetir.

Porque el objetivo de un sistema totalitario es controlar, manipular, lograr que la sociedad funcione como una masa obediente donde no exista el pensamiento crítico.

¿Cómo se logra esto? Con mensajes simples, directos, emocionales, fáciles de recordar, repetidos continuamente, y que dividan siempre el mundo entre “ellos” (los malos) y “nosotros” (los buenos).

El objetivo es “ahorrar” el acto de pensar, unificando a las masas en un comportamiento que apuntale continuamente el sistema.

De ahí la avalancha de consignas que anulan el pensamiento y la reflexión:
“¡Patria o muerte!” “¡Venceremos!”
“¡Socialismo o muerte!”
“¡Hasta la victoria siempre!”
“¡Cuba sí, yanquis no!”

La irracionalidad

Y de ahí la avalancha de actividades irracionales: actos de repudio, firmas de “reafirmación revolucionaria”, marcha de las antorchas, desfiles interminables, discursos apasionados…

Pero no son frases ni actos al azar. Detrás de ellos hay un mensaje, una domesticación del
pensamiento con claves muy concretas:

  • El enemigo externo es siempre el Imperialismo yanqui, que busca destruir la soberanía y las “conquistas de la Revolución”.
  • El enemigo interno son los disidentes, los periodistas independientes, los activistas de derechos humanos, que son “mercenarios” al servicio de una potencia extranjera, traidores vendidos al Imperio y no ciudadanos con opiniones legítimas. Por eso, la represión no es una injusticia sino un acto de defensa de la patria.
  • Se alimenta el culto a los líderes. Fidel Castro, el Ché, Raúl… son presentados como héroes intachables, sus imágenes están por todas partes y sus frases son citadas como si fueran sagradas.
  • Los símbolos patrios (la bandera, el himno, la figura de José Martí…) son identificados con la ideología, de modo que ser patriota se equipara automáticamente con ser “revolucionario”. La identidad nacional se fusiona con la ideología del partido único, por tanto, criticar al gobierno es un acto antipatriótico. Si no estás con la Revolución no estás con la patria.

Al final, el mensaje es claro: no sufrimos por nuestros errores, ni por haber elegido una ideología fallida, sino por los ataques de un enemigo externo y poderoso, lo cual convierte cualquier dificultad en un
acto de “resistencia heroica”, y cualquier crítica interna en un acto de traición.

Y así hemos vivido durante décadas, resistiendo en medio de una vida miserable que nos hunde, sin preguntarnos por qué tenemos que seguir viviendo así, pero gritando a pleno pulmón: “¡Venceremos,
venceremos, venceremos!”.

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