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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Los dirigentes cubanos llevan décadas repitiendo el mismo mantra: «Estamos construyendo el socialismo». Una frase que ya suena a chiste mal contado, como aquel del abuelo que promete arreglar el tejado desde que tienes uso de razón, pero cada año la casa se cae un poco más.

La narrativa oficial insiste en que el proyecto sigue en pie, aunque lo único que se construye son discursos y lo único que crece es la fila en algún consulado para escapar de la isla maldita.

¿Por qué tanto empeño en vender una obra que nunca se termina? Simple: es el último cartucho de legitimidad que les queda. Si admiten que el socialismo ya está construido —o, peor, que fracasó—, tendrían que explicar por qué parece un decorado de película postapocalíptica. Mejor seguir con el cuento de que todo es «un proceso», como si Cuba fuera un eterno taller de reparaciones donde nunca llegan los repuestos.

La realidad es otra: el socialismo cubano no se construye, se desmonta. Los hospitales se caen a pedazos, los apagones son rutina y la gente huye a cualquier lugar. Lo mismo a Uruguay que a Brasilo México. Incluso a la incierta Rusia. Pero huye.

Los únicos que viven en una burbuja son los gerontócratas del Partido Comunista, que siguen repartiendo carnés de militancia como si fueran entradas para un concierto que nadie quiere ver.

No hay remontada posible

¿Hay alguna posibilidad remota de que el castrismo remonte? La misma que tiene un helado de sobrevivir en el malecón a mediodía. El régimen lleva años apostando por la «actualización del modelo», un eufemismo para decir que permiten un poco de capitalismo mientras siguen fusilando disidentes en Twitter. Pero ni con reformas tibias logran frenar el éxodo masivo o la caída libre de la economía. El socialismo cubano ya no es un proyecto, es un long shot.

El contexto es deprimente: un país donde la gente cambia jabón por WiFi, donde los presos políticos se multiplican y donde la burocracia es más lenta que la cola para comprar pollo. Los jóvenes no quieren oír hablar de «la gesta del Moncada»; quieren un pasaporte y un billete de avión. Mientras, la cúpula sigue gobernando con manuales soviéticos y conexión 4G para subir fotos en traje de guayabera.

¿Cuánto durará más este circo? El castrismo tiene la resistencia de una cucaracha nuclear, pero hasta los insectos tienen su límite. Con Díaz-Canel de figurín y los militares manejando el negocio, el régimen puede aguantar unos años más, pero cada vez con menos apoyo y más represión. El día que Raúl Castro exhale su último aliento, empezará la cuenta regresiva. Eso sí, no esperen un final épico: esto acabará como siempre, con los mismos vendiendo la revolución por dólares y el pueblo buscando cómo escapar.

Mientras tanto, seguiremos oyendo eso de «construir el socialismo», como si Cuba fuera un Lego gigante al que le faltan todas las piezas. Y así, entre consignas y cortes de luz, la isla seguirá siendo el único lugar del mundo donde el futuro es un mito y el pasado una pesadilla que no termina.

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