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Por Oscar Durán
Matanzas.- Cuando el humo se convierte en símbolo, no hay salvación. En Matanzas, sobre las ruinas de una planta termoeléctrica a la que se le acabaron los milagros, se alza como una mueca de poder el penacho negro de la Central Antonio Guiteras. Esa fumarola indecente que escupe el cielo es la carcajada de la dictadura, el bostezo de una tecnología muerta, el aplauso de la ineficiencia convertido en nube tóxica. Dicen que es parte del proceso, que es normal, que no hay que alarmarse. Y tienen razón: en Cuba, lo anormal es esperar que algo funcione.
La Guiteras entra y sale del sistema como un borracho de cantina. Ayer fue un salidero, hoy una desconexión, mañana, quién sabe, quizás un bostezo del ministro Vicente de la O Levi o una tormenta solar. No hay ciencia ni lógica: lo único constante en esa planta es el fracaso. Es como si la hubieran construido con acero de promesas y cemento de propaganda.
Mientras en La Habana juegan con tabacos y subastas de millones, en los barrios del país el pueblo carga con la cruz del apagón eterno. Nadie le cree ya al parte oficial. Cada vez que anuncian que Guiteras está en línea, la gente se persigna como si hablaran de una aparición Papal. Y cuando dicen que volvió a salirse, uno solo puede reír con amargura. No hay metáfora que aguante tanto cinismo.
El problema no es solo el humo. El problema es el descaro. Esa columna negra, densa, espesa, que se eleva desde las entrañas de Matanzas, es el retrato perfecto de un país que se quema por dentro mientras sus verdugos hacen turismo diplomático por Moscú. Lo verdaderamente asqueroso no es que la planta contamine, sino que nos insulten llamando “victoria” a su simple arranque. Como si encender una chatarra fuese un logro. Como si no fuera su maldita obligación.
Aquí no hay crisis energética. Lo que hay es una dictadura energética. Y como toda dictadura, tiene sus símbolos. El humo de Guiteras es uno. No nos ilumina, pero nos deja claro quién manda: la miseria planificada, el descaro institucionalizado, la narrativa que se descompone como un transformador en agosto.
Algunos piensan que exagero, que ese humo no puede ser tan dañino. Yo les invito a pararse un día en Versalles, mirar hacia arriba y tragarse tres minutos de esa peste. Después me cuentan. El problema no es que el humo enferme, el problema es que nos hemos acostumbrado a respirarlo. A ver la mugre como parte del paisaje. A normalizar que el país funcione, si acaso, en media jornada.
Cada vez que sale humo de la Guiteras, lo siento como una burla. Como si alguien allá arriba dijera: “Mira cómo te jodo, cubano”. Y lo hace con estilo. Con ese color azabache que no deja ver ni el sol.
Así estamos: bajo el humo de la incompetencia, tragando hollín con resignación, esperando que una planta que nunca funcionó nos devuelva la luz. Que venga alguien y me diga que eso no es un chiste de mal gusto. Que me lo diga con la cara limpia y sin olor a petróleo.