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Germán Mesa: el manager que heredó un equipo despedazado y un legado de desconfianza

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Por Fernando Clavero ()

La Habana.- Germán Mesa, el hombre designado para dirigir al equipo Cuba en el próximo Clásico Mundial de Béisbol (2026), carga con un currículum que huele a naftalina revolucionaria. Además, su currículum también huele a traiciones sin confesar.

Mientras la Federación Cubana lo presenta como «el técnico idóneo» —con ese tono burocrático que solo usan los que nunca han bateado bajo presión—, las redes hierven con acusaciones. Dicen que delató compañeros en los 90 y que fue cómplice silencioso de purgas dentro del equipo nacional. También se dice que su lealtad al régimen siempre pesó más que su amor al juego.

Lo único claro es que Mesa no llega a este cargo por consenso, sino por obediencia. Y eso, en un deporte donde la química lo es todo, es un strike en la primera lanzada.

El fantasma de los 90: ¿informante o superviviente?

Corrían los años dorados del béisbol cubano, cuando Mesa —entonces shortstop estrella— fue suspendido abruptamente en 1996. Oficialmente, por «indisciplina». Extraoficialmente, por negarse a delatar a compañeros que soñaban con escapar al béisbol de Grandes Ligas.

Hoy, tres décadas después, ese episodio resurge como un knuckleball imposible de atrapar. Exjugadores radicados en Miami aseguran que Mesa «cambió de bando» tras su reinstalación en 1998. Se dice que se convirtió en oído privilegiado de la Seguridad del Estado. Luis Enrique Sosa, comentarista deportivo, lo resumió con ironía mordiente: «Todos saben que en Cuba los técnicos no los elige el rendimiento, sino el DSE» .

La rebelión de los exiliados: «Sin nosotros, no hay equipo»

El Clásico Mundial debería ser la fiesta del béisbol cubano. Sin embargo, Mesa enfrenta un boicot silencioso. Jugadores como Adolis García o Aroldis Chapman —ahora estrellas en MLB— han dejado claro que no vestirán la camiseta de Cuba «mientras el sistema siga usando el deporte como propaganda».

Peor aún: fuentes cercanas a la diáspora revelan que incluso peloteros menos conocidos rechazarían convocatorias si Mesa sigue al mando. «No confiamos en él. Sabemos cómo opera el régimen: primero el Partido, después el juego», dijo un agente anónimo recientemente.

El experimento fallido: Industriales y la sombra del fracaso

Mesa ya ha dirigido antes —en Industriales (2008-2010)— con resultados tan desiguales como su reputación. Aunque ganó un título nacional en 2010, su etapa estuvo marcada por polémicas. Hubo acusaciones de favoritismo hacia jugadores «leales» y un estilo autoritario que alienó a las nuevas generaciones.

Ahora, con un equipo Cuba diezmado por deserciones y sin refuerzos de MLB, su margen de error es cero. Y como apuntó un usuario en Facebook: «Si pierde, la culpa será del bloqueo. Si gana, será mérito de la Revolución» .

La estrategia imposible: vender humo con estadísticas viejas

El régimen insiste en vender la imagen de Mesa como «el mejor shortstop de la historia cubana» (cierto en los 90) y «técnico experimentado» (discutible hoy). Pero ni sus glorias pasadas —medallas olímpicas incluídas— resuelven el problema actual. En la actualidad, Cuba ya no produce peloteros de élite, y los que tiene prefieren jugar para otros países.

Mientras, Mesa repite consignas gastadas: «Confiamos en el talento local». Una frase que suena a rendición anticipada.

El Clásico que nadie quiere jugar

Entre acusaciones de espionaje, deserciones y un béisbol cubano en terapia intensiva, Mesa camina sobre un campo minado. Su mayor desafío no será ganar partidos —algo ya improbable—. Además, debe convencer a alguien, aunque sea a sí mismo, de que su nombramiento no es otro acto de fe ciega en un sistema que convirtió el deporte en moneda de cambio político.

Por ahora, la única certeza es que el VI Clásico Mundial será recordado, al menos en Cuba, como el torneo donde hasta las bolas foul tuvieron doble sentido.

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