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Frenkie de Jong y el arte de ser leal en un vestuario de títeres

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Por Yoyo Malagón ()

Madrid.- Frenkie de Jong ha vuelto a hacer lo que nadie esperaba. Al mismo tiempo, ha hecho lo único sensato: defender a Ter Stegen como capitán del Barça.

En medio de una gira asiática donde todo huele a nuevo —porteros recién llegados, delanteros relucientes, un proyecto que se vende como fresco—, el neerlandés ha plantado bandera en el pasado. «Para mí, Marc es el capitán», dijo, con esa calma de quien sabe que en el fútbol las palabras pesan más que los contratos.

Lo curioso es que lo haga justo ahora, cuando el club lleva semanas buscando la manera de deshacerse del alemán. Este portero que ya no quieren, pero al que nadie se atreve a decirle adiós a la cara.

Ter Stegen, por su parte, está en Francia, recuperándose de una operación de espalda que podría dejarlo fuera cuatro meses… o tres, depende de a quién le preguntes. Si es al Barça, necesitan que sean cuatro para liberar su ficha y inscribir a Joan García.

Si es al propio Ter Stegen, que publicó en redes que serían tres, quizás como un guiño a esa batalla silenciosa que libra contra un club que ya le ha regalado el dorsal 1 a otro.

De Jong, que no es tonto, sabe que este no es un debate médico. Es político. Y por eso ha hablado: porque en un vestuario donde todos callan, él sigue siendo de los pocos que puede permitirse el lujo de no fingir.

La lealtad ante todo

Mientras, la renovación de Frenkie avanza —»voy a renovar», ha confirmado—, pero con la lentitud de un trámite burocrático en el Camp Nou. Es casi poético. El mismo día que defiende a un capitán en standby, él mismo anuncia que seguirá. Pero lo hace sin prisa, como si supiera que en este club las promesas se cumplen cuando conviene, no cuando se firman.

Su nuevo contrato hasta 2028 es un acto de fe, sí, pero también un recordatorio: sin él, este Barça no es nada. Y lo mismo podría decirse de Ter Stegen, aunque algunos prefieran ignorarlo.

Lo más irónico es que el Barça necesita a De Jong tanto como él los necesita a ellos. Es el pegamento de un equipo que, sin él, se desmorona. Pero también es el único que se atreve a decir en voz alta lo que otros piensan en silencio. Ter Stegen, operación o no, sigue siendo el líder. No es por veteranía —aunque lleva nueve años aquí—. Es porque en un vestuario lleno de caras nuevas y sonrisas forzadas, él es de los pocos que aún sudan la camiseta sin pedir permiso.

Y mientras, el club sigue jugando al póker con las lesiones, las fichas y las rencillas. Ter Stegen podría volver en diciembre, justo para la Champions. Sin embargo, nadie sabe si lo hará con el brazalete o como un simple empleado más en nómina.

De Jong, al menos, ha dejado claro de qué lado está. No es un gesto inocente: en un equipo donde hasta los capitanes son provisionales, la lealtad es el último lujo que queda.

Al final, todo esto es un circo. Un portero que no se quiere ir, un club que no sabe cómo echarlo, y un mediocentro que, entre renovación y gira, ha encontrado tiempo para hacer de abogado defensor. Quizás por eso De Jong renueva. Porque en este Barça, donde hasta las despedidas son incómodas, alguien tiene que seguir recordando que el fútbol no es solo negocios. A veces, solo a veces, es también cuestión de honor.

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