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Por Carlos Cabrera Pérez
El papa Francisco murió este lunes de Pascua de Resurrección dejando a la iglesia católica en una situación de debilidad mayor aún que la recibida en su entronización en marzo de 2013, por sus devaneos con el dogma woke y otras tendencias de la progresía sectaria; perjudicando gravemente a la institución, especialmente en Hispanoamérica y Europa, donde la decepción con su papado ha sido mayúscula.
Relevar a Benedicto XVI era complicado porque se trataba de un teólogo brillante y de un hombre coherente hasta el extremo de renunciar ante la imposibilidad de corregir distorsiones y prácticas que han corroído a la iglesia en los últimos años, pero Francisco, que tenía a su favor ser el primer santo padre americano y jesuita, dejó camino por vereda y se metió en un laberinto del que ya no pudo salir, apuntalando el buenismo como doctrina.
En Hispanoamérica consiguió un hito inédito: poner de acuerdo a seguidores de la Teología de la Liberación y conservadores en el repudio a sus prácticas, maniobras y dilaciones ante problemas reales del continente, agravados por el socialismo del siglo XXI, que fue una maquinaria de compra de votos y mendicidad calculada.
Todo este retroceso del catolicismo en la región ocurre frente al avance de iglesias protestantes, Testigos de Jehová y otras congregaciones religiosas, que han convertido al catolicismo en una religión en retroceso frente a los nuevos apóstoles.
Con Cuba, mantuvo el estatus quo de callar ante las tropelías de la casta verde oliva y enguayaberada a cambio de conservar la condición de ser el mayor operador privado en la atención a mayores y educación preescolar; salvo la contundente reacción del cardenal Beniamino Stella ante la burla de Díaz-Canel al pacto alcanzado con Washington y el Vaticano para liberar a los presos políticos, especialmente a los jóvenes del 11J.
Francisco no desautorizó a su cardenal, pero tampoco respaldó sus palabras de manera pública; mientras la Guardia Suiza desalojo a opositores cubanos del Vaticano, cuando intentaron protestar y denunciar los atropellos de la dictadura más antigua de Occidente, iniciada por un pichón de jesuita como Fidel Castro, en quien sus preceptores del habanero Colegio de Belén, hallaron madera; sin aclarar si era cedro o pinotea.
Pero si alguna duda quedara de su mala fe frente al sufrimiento del pueblo cubano, para la historia quedan sus palabras en julio de 2022, en víspera de su visita a Canadá, cuando al ser preguntado por si tenía algún mensaje para el pueblo cubano, declaró: “Tuve buena relaciones humanas con la gente cubana y también, lo confieso, tengo una buena relación humana con Raúl Castro” y remató: “Cuba es un símbolo, Cuba tiene una historia grande”.
Su respuesta fue un puñal que atravesó a más de mil familias cubanas, que en ese momento, ya llevaban un año llevando jabas con alimentos y medicinas a sus hijos presos en las cárceles tardocastristas.
En Europa casi nadie entendió su lejanía con Ucrania, que sigue siendo atacada por Rusia; por muchas que hayan sido las presiones de los jerarcas ortodoxos pro Putin, Francisco no asumió que la guerra de Ucrania es la mayor crisis de Europa desde la Segunda Guerra Mundial y la miopía; aunque sea por conveniencia táctica, suele pasar factura de creyentes y no creyentes, pero la ausencia calculada del papa ante la tragedia es terrible para la iglesia.
Sus gestos hacia otras iglesias y especialmente hacia la barbarie que ampara el terrorismo de inspiración islámica, llenaron de frustración a creyentes y obispos, que no entendían poner la otra mejilla ante quienes servían de refugio a los asesinos de occidentales y autores de atentados en Estados Unidos y Europa.
En el ámbito interno, la normalización de la homosexualidad, tan extendida en la Iglesia Católica, incluida su cúpula, en vez de promoverla discretamente, la usó como aspaviento woke ante los conservadores, a los que fue desplazando de posiciones claves y sustituyéndolos por curas del ala izquierda estudiantil, que lo apoyaron en su guerra contra el Opus Dei, la prelatura con enorme poder que siempre ha sido usada por los papas para resolver problemas de toda índole, incluidos los menos eclesiásticos. Otro tanto ocurrió con el debate sobre los curas casaderos y las mujeres obispos; no los promovió para modernizar, sino como punta de lanza frente a los conservadores, que lo votaron para la silla de Pedro, creyendo que sería un buen discípulo y el jefe indicado para la actual etapa de la iglesia y acabó siendo un chasco por su escasa pericia ante el inmovilismo tradicional y una inexplicable prisa porteña en asuntos delicados y una calculada indiferencia ante los sufrimientos de Cuba y Ucrania.
*Este texto fue publicado inicialmente en Molinos por la Libertad y lo reproducimos por cortesía de su autor