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Forjadores de vida: las proezas científicas, sociales y morales de Israel

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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)

Houston.- Cuando en 1948 el joven Estado de Israel emergió de las ruinas del Holocausto, pocos imaginaron que aquel pedazo de tierra árida, rodeado de hostilidades y carente de recursos naturales, se convertiría en uno de los centros más dinámicos del ingenio humano. Su historia moderna es una epopeya del trabajo, de la inteligencia aplicada y del espíritu colectivo, un testimonio del poder de la voluntad cuando la supervivencia y la dignidad están en juego.

De la arena al fruto: la conquista del desierto

En los albores de su independencia, la tierra prometida no era fértil: el 60 % del territorio era desierto. Sin embargo, los pioneros del Negev demostraron que la falta de agua no era un obstáculo sino un desafío.

El riego por goteo, invento israelí que revolucionó la agricultura mundial, permitió que florecieran cultivos donde antes sólo había polvo. Hoy, naciones africanas, latinoamericanas y asiáticas aplican esas tecnologías nacidas de la necesidad.

El país que apenas producía lo necesario para subsistir se convirtió en exportador de frutas, flores y conocimientos agronómicos, haciendo del desierto un laboratorio de esperanza.

El trabajo colectivo: kibbutzim y espíritu de comunidad

Los kibbutzim fueron mucho más que experimentos sociales; fueron semilleros de una cultura basada en el esfuerzo común y la responsabilidad mutua. En ellos se gestaron escuelas, talleres, cooperativas y proyectos de investigación. Esa organización del trabajo fue la columna vertebral del país naciente, donde cada ciudadano se sintió fundador y guardián de una empresa común: hacer vivir a Israel.

El resultado fue una sociedad que aprendió a levantarse con sus manos y a defender con su sudor el derecho a existir.

Un país de mentes brillantes

Pese a su tamaño, Israel ha producido un número extraordinario de científicos, filósofos y pensadores de talla universal. Sus universidades —el Instituto Weizmann, el Technion, la Universidad Hebrea de Jerusalén— figuran entre las más reconocidas del mundo.

De sus aulas salieron investigadores premiados con Nobel en química, economía y medicina, y pioneros en campos como la inteligencia artificial, la ciberseguridad y la medicina regenerativa.

El secreto no está sólo en la educación sino en una cultura que valora el pensamiento crítico, el debate y la innovación como pilares del progreso.

Una búsqueda permanente de paz

Nadie puede negar que Israel ha vivido en un estado de asedio casi permanente. Y, sin embargo, ha demostrado en varias ocasiones su voluntad de paz. El tratado con Egipto en 1979, fruto de los acuerdos de Camp David, fue un ejemplo de valentía política: un país que había ganado la guerra eligió la negociación.

Posteriormente, los acuerdos de Oslo buscaron tender puentes hacia los palestinos. Aunque el camino ha sido irregular y plagado de frustraciones, los esfuerzos israelíes por coexistir en medio de un vecindario complejo muestran la madurez de un pueblo que anhela seguridad sin renunciar al diálogo.

El derecho a vivir y defenderse

Cada agresión sufrida —1948, 1967, 1973, y las guerras más recientes— reforzó una certeza: la paz sólo es posible cuando el derecho a la vida está garantizado. Por eso Israel invierte en su defensa no como demostración de poder, sino como afirmación de existencia. Su lema tácito parece ser: “No luchamos por conquistar, sino por seguir vivos.”

Esa determinación ha sido malinterpretada por quienes ven en Israel sólo una potencia militar y no un pueblo que se niega a desaparecer. Detrás de cada soldado hay una familia, una historia y un país que aprendió —a costa de lágrimas— que la supervivencia no se delega.

Entre el odio y la incomprensión

La hostilidad hacia Israel, reavivada por sectores radicales que confunden justicia con venganza, ignora los hechos. No se trata de un Estado expansionista ni de una potencia colonial; se trata de un pueblo que rehizo su destino sobre los escombros de la persecución. La izquierda más dogmática, atrapada en lecturas ideológicas, olvida que Israel es también una democracia con prensa libre, elecciones auténticas y una sociedad plural donde conviven judíos, árabes y cristianos.

Asi las cosa. El mérito histórico de Israel radica en haber hecho de la adversidad una escuela de creatividad y resistencia moral. Transformó la tierra, impulsó la ciencia, defendió la paz y dignificó el trabajo. Su ejemplo enseña que el heroísmo no consiste sólo en empuñar las armas, sino en sembrar donde otros ven desierto.

Israel no pide compasión, sólo respeto por su derecho a existir. Y en ese derecho está inscrita una lección para el mundo: que la vida, cuando se defiende con fe y esfuerzo, es invencible.

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