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Por Yeison Derulo
La Habana.- La dictadura cubana vuelve a recurrir a la misma fórmula de siempre: papel, tinta y firmas obligadas. Esta vez, desde el 24 hasta el 30 de septiembre, desplegarán en cada comunidad, centro laboral y estudiantil del país unos libros de firmas para respaldar al régimen de Nicolás Maduro.
Bajo el pretexto de “impedir una agresión militar contra la República Bolivariana de Venezuela”, lo que en realidad se esconde es otra maniobra propagandística, un teatro político en el que nadie tiene opción de abstenerse.
Granma, el órgano oficial del Partido, lo anuncia con la solemnidad de un gran acontecimiento: “serán millones de cubanos y cubanas los que refrendarán”. Claro que lo serán. En un país donde el ausentismo es castigado con el señalamiento público, la exclusión laboral o la marca de “contrarrevolucionario”, es lógico que esos libros se llenen de firmas. Pero que nadie se engañe: la gran mayoría estampará su nombre por miedo, no por convicción. La firma, en Cuba, es otra forma de obediencia forzada.
Lo más indignante es la desconexión total entre esas iniciativas y la realidad nacional. Mientras el pueblo sufre apagones interminables, escasez de medicamentos, hambre y miseria, el Partido orienta gastar tiempo y recursos en apoyar a un dictador extranjero. ¿De qué sirve cantarle loas a Maduro cuando en los hospitales no hay una aspirina? ¿Qué resuelve una cantata revolucionaria mientras la nevera del cubano está vacía? Es un insulto a la inteligencia y a la dignidad de la gente.
Como siempre, los actos estarán cargados de retórica. Cantatas, actividades masivas, discursos encendidos… el mismo guion repetido hasta el cansancio. Todo para enviarle a Maduro unos libros llenos de firmas, como si eso le otorgara legitimidad en medio del desastre venezolano. Pero el detalle más perverso es que esas rúbricas no representan la voluntad del pueblo cubano, sino la manipulación de un aparato que vive del control totalitario.
En definitiva, la dictadura cubana prefiere destinar energías a defender la revolución de otro país antes que resolver los problemas de su propio pueblo. Cada firma estampada en esos libros será un recordatorio de la miseria política que padecemos: ciudadanos reducidos a marionetas, usados como escenografía de un show internacional que nada tiene que ver con nuestras urgencias. Mientras los burócratas sonríen en Caracas junto a Maduro, el cubano de a pie seguirá en lo mismo: sobreviviendo a la peor crisis de su historia.